
DIOS, UN SOCIO EN QUIEN PODEMOS CONFIAR
La Biblia predice con claridad la caída de los sistemas terrenales: religiosos,
políticos y financieros. Quienes depositaron sus esperanzas en Babilonia tendrán la
posibilidad de llorar y lamentar su derrumbe (véase Apocalipsis 18:1-19). Los que
temen un colapso económico están en lo cierto, ¡pero no de la forma en la que ellos
creen!
Sin embargo, la Biblia no condena la riqueza. Hay muchas historias de Jesús
relacionadas con el dinero, y Dios estableció un plan para que lo usemos con sabiduría
en tanto esperamos su Segunda Venida. Muchas personas tienen una idea
completamente distorsionada de nuestro Creador. Parecería que lo ven como un pobre
mendigo, que está con la mano extendida para que sus hijos le den una limosna. Dios
no es pobre. Es el dueño del mundo entero.
Dios dice en Salmos 50:10-12 que todo le pertenece. Hace una rotunda
afirmación: “Si yo tuviere hambre, no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y su
plenitud”.
¿Por qué todas las cosas le pertenecen a Dios? Incluso tú y yo le pertenecemos
por tres razones. En primer lugar, él nos creó. En segundo lugar, nos compró con la
muerte de Cristo en el Calvario. En tercer lugar, él es nuestro sustentador. No
podríamos inhalar un solo respiro sin su poder sustentador.
Malaquías 3:8-11 nos proporciona una plan para los hijos de Dios. Si siguen ese
plan, podrán ser socios de Dios, aportando los medios para culminar su obra y
proporcionando la estabilidad financiera del pueblo de Dios. Ese plan se conoce como
“diezmo”. A los que colaboran con Dios se les promete que se les abrirán las ventanas
de los cielos y seles derramarán bendiciones tan abundantes que excederán su
capacidad de absorberlas. Jesús afirma en Mateo 23:23 que esa práctica debía
continuar en sus días.
El plan divino es justo y razonable. Quien gana mucho dinero debe devolverle
una suma mayor a Aquel que lo sustenta y le proporciona la prosperidad. El que gana
poco, debe devolver poco. El que no gana nada, nada tiene que devolver, porque el
diez por ciento de nada es nada.
En 1 Corintios 9:13, 14 Pablo se refiere a los sacerdotes del Antiguo
Testamento, afirmando que las ofrendas del templo los mantenían financieramente. Se
refiere a un principio establecido en Números 18:21. Si todos siguieran el plan de Dios
se evitarían los escándalos fuera de lugar que suceden en algunas iglesias cristianas.
Muchas iglesias gastan más energía en la recaudación de fondos que en la
ganancia de almas. Entre sus actividades hay bingos, eventos sociales, cenas y hasta
loterías. En algunas iglesias la cocina se ha vuelto más importante que el púlpito. ¡Hay
fuego en el horno de la cocina, aunque con mucha frecuencia no hay fuego en el
púlpito!
En el libro de Malaquías, Dios hace un desafío. “Probadme”, dice. Y promete
que será generoso con los que sean generosos con él. Lucas 6:38 afirma que los
dadores recibirán “medida buena, apretada, remecida y rebosando”. Dios promete que
con la misma medida que damos, volveremos a recibir.
Muchos pueden afirmar con conocimiento de causa que quienes son fieles a
Dios tienen sus necesidades financieras cubiertas. La experiencia ha demostrado que
eso es así, sin excepciones. A través de la historia, innumerables relatos nos hablan de
personas que fueron fieles a Dios y recibieron sus bendiciones en forma milagrosa. Así
sucedía en los tiempos bíblicos. Y así sucede en la actualidad.
En Salmos 37:25 el salmista describe su experiencia de vida, y afirma que nunca
vio a los hijos de Dios desamparados o en bancarrota. Está comprobado que nueve
dólares con la bendición de Dios tienen más poder de compra que diez dólares sin esa
bendición. Cuando devolvemos nuestros diezmos no estamos dando de lo que es
nuestro. Tan sólo estamos devolviendo la parte que le pertenece a Dios.
La contabilidad divina es muy diferente a la nuestra. Un hecho de la vida de
Jesús ilustra este principio.
Lucas 21:1-4 cuenta que una viuda tenía dos blancas. Los discípulos vieron
como el rico hacía su generoso donativo para las arcas del templo. Luego vieron como
la pobre viuda entregaba tímidamente dos moneditas. Jesús les dijo que la viuda había
dado más que todos los otros. ¿Cómo podrían esas dos insignificantes monedas valer
más que las enormes sumas que habían donado los acaudalados? La explicación de
Cristo fue que, a diferencia de los demás dadores, la viuda había dado todo lo que
tenía. A la vista del cielo lo importante no es la suma, sino la motivación.
1 Corintios 4:2 presenta lo que Dios requiere de sus seguidores. En una época
de materialismo, cuando los hombres le otorgan un valor tremendo a la obtención
egoísta de riquezas, Dios busca a quienes estén dispuestos a entregarse de manera tal
que hasta sus bolsillos se conviertan. Dios exige que sus administradores sean fieles.
Jacob nunca se había sentido tan solo y destituído, y todo era porque había sido
errante y avaro. Primero, Jacob había sobornado a Esaú, su hermano mellizo mayor, a
que vendiese su primogenitura. Luego, con la ayuda de su madre, engañó a su padre
ciego, Isaac, a que pronunciara la bendición paterna que por derecho correspondía a
Esaú.
Ahora Jacob estaba huyendo del hogar, en parte para escapar de las amenazas
de muerte de su hermano ofendido. El inclinó su cabeza y lloró al darse cuenta que
todos sus planes avaros le estaban resultando al revés. Solitario en el desierto, con
solamente una piedra por almohada y un bastón para protección, Jacob trató de
descansar. El se preguntaba si podría ver alguna vez a sus padres nuevamente, y si
Dios le perdonaría. Exausto, Jacob se dejó arrastrar por el sueño. Repentinamente, en
un vívido sueño, se encontró bañado por un brillante resplandor. Vio una luz
resplandeciente proveniente de los cielos abiertos, con una hermosa escalera que se
extendía desde la gloria de arriba hasta la tierra. Había incontables ángeles brillantes
que subían y bajaban la escalera.
Entonces Jacob escuchó al Señor hablar desde el cielo prometiéndole
bendecirlo en su viaje. El Señor, además, confirmó a Jacob el mismo pacto que había
hecho con Abrahám e Isaac. Cuando despertó, Jacob cayó sobre sus rodillas e hizo un
voto de abandonar sus caminos avaros. Prometió: "De todo lo que me dieres, el diezmo
apartaré para tí". Génesis 28:22.
Dios aceptó este voto y abrió las ventanas de los cielos para que cuando Jacob
regresara a su casa, 20 años más tarde, llegara a ser un hombre muy próspero y
generoso.
UNA AVENTURA DE FE CON DIOS
El diezmo es una décima parte de las entradas de una persona. De hecho, la
palabra "diezmo" simplemente significa "un décimo". Abrahám, el abuelo de Jacob, dejó
el ejemplo muchos años atrás, al dar el diezmo a Melquisedec, sacerdote de Dios.
Técnicamente, 100 por ciento de todo lo que tenemos pertenece a Dios.
En el Antiguo Testamento, Dios ordenó que el diezmo fuese utilizado para el
mantenimiento de los levitas, quienes eran sus ministros. En 1 Corintios 9:13, Dios dice
que así como los levitas de antaño eran pagados por el diezmo del templo, de la misma
manera los ministros hoy deben ser pagados del diezmo dado a través de la iglesia.
Estos principios existieron desde el mismo comienzo. Abrahám y Jacob dieron una
décima de sus entradas a Dios, mucho antes que la ley de Moisés fuera dada. Debido
a que es anterior al Sinaí, sabemos que no era parte de las leyes ceremoniales que
terminaron en la cruz. La ley del diezmar es un plan de Dios para el sostén del
ministerio, y permanece en efecto hoy.
Jesús vio que los codiciosos fariseos estaban contando las hojas y las pequeñas
semillas para diezmar en vez de llevarlas al templo en bushels. Por lo tanto, él los
amonestó por ser tan exactos en el diezmo mientras faltaban en el juicio, fe y
misericordia. El no los condenó por diezmar, sino por ignorar los otros grandes
principios del cristianismo. Es por eso que Jesús dijo, "Esto era necesario hacer
[hablando del diezmo], sin dejar de hacer aquello".
Hoy Dios nos está diciendo: "Si tienes dudas, intenta diezmar como un
experimento. Pruébame, y ve si no te regreso una bendición mayor de lo que puedes
recibir". Cientos de miles de personas que diezman le dirán que esto es verdad. ¡Usted
no puede dar más de lo que él da!
Algunos se preguntan ¿qué es el alfolí que Dios menciona? El alfolí es la
tesorería de la iglesia de Dios (el margen de la Biblia, en inglés, hace equivaler
"tesorería" con "alfolí"). En Malaquías 3:10, Dios se refiere al alfolí como a "mi casa",
que significa su iglesia o templo. Otros textos que se refieren al alfolí como el templo,
tesoro del templo, son 1 Crónicas 9:26 (ver el margen); 2 Crónicas 31:11, 12 (ver el
margen); y Nehemías 10:37, 38. Así que es obvio que el alfolí es la tesorería de la
iglesia de Dios.
Necesitamos siempre recordar que no estamos regresando nuestro diezmo a la
gente sino a Dios. Pertenece a él. No necesitamos preocuparnos acerca de cómo es
utilizado el diezmo, si lo damos a Dios. El es suficientemente grande para cuidar de su
propio dinero y de manejar en forma apropiada a cualquiera que sea irresponsable en
el manejo de sus fondos.
Además del diezmo el Señor nos pide que demos ofrendas voluntarias como
una expresión de nuestro amor por él y nuestra gratitud por sus bendiciones. La Biblia
no especifica una cantidad. Cada persona decide cuanto dar en ofrendas voluntarias,
de acuerdo a como Dios le impresione.
Antes del pecado, como muestra de obediencia y lealtad, Dios le dijo a Adán y a
Eva que ellos podían comer del fruto de todos los árboles del huerto, excepto uno, el
árbol del conocimiento del bien y del mal. Ellos no debían comer de ese árbol ni tocarlo,
o morirían. Dios no puso un cerco eléctrico alrededor del árbol. Mas bien lo colocó
donde ellos lo pudieran alcanzar y tomar de su fruto. Y lo hizieron, porque no confiaron
en Dios. Hoy Dios nos presenta la misma prueba. El dice, "Tú puedes guardar todo el
dinero que recibes, excepto una décima. Ese dinero es mío. No lo tomes". Sin
embargo, él lo deja donde podemos alcanzarlo y tomarlo, si lo deseamos. Pero cuando
lo hacemos, repetimos el pecado de Adán y Eva. Dios no necesitaba la fruta de este
árbol especial. Era una prueba de lealtad. Tampoco él necesita nuestro diezmo. El es
dueño de todo! Es una prueba de nuestro amor, lealtad y confianza.
Dios dice que aquellos que a sabiendas son infieles en el diezmo y las ofrendas,
son ladrones. Es malo cuando robamos a otros, ¡pero es terrible robar a Dios! También
es difícil de creer que una persona caiga tan bajo al punto de robar el dinero que Dios
ha designado para la propagación del evangelio a los perdidos. Los que no son fieles
en los diezmos y las ofrendas están bajo maldición, y a menos que cambien, serán
excluídos del reino de Dios por ladrones.
La codicia es letal, porque nuestro corazón va detrás de nuestras inversiones. Si
mi blanco es acumular más y más dinero, mi corazón llega a ser más codicioso, avaro y
orgulloso. Pero si mi blanco es hacer avanzar la causa de Dios, mi corazón llega a ser
compasivo, amante liberal y humilde. Nuestros corazones estarán donde está nuestro
tesoro. Nunca debiéramos olvidar que fue la codicia y el amor al dinero lo que condujo
a Judas a traicionar a Jesús por 30 piezas de plata (Mateo 26:14-16).
Jesús posiblemente siente tanto como un padre podría sentir cuando un hijo le
roba dinero de su cartera. Perder dinero no es el mayor asunto. Sino más bien, es la
falta de integridad, el amor y la confianza del hijo lo que causa un profundo chasco. Por
cierto ninguno de nosotros querrá herir el corazón de nuestro Salvador.
Nunca debiéramos olvidar que Dios es dueño de todos los recursos, él nunca ha
de faltar a los que confían en él. Nueve décimas de mis ingresos con la bendición de
Dios, serán más que diez décimas sin ella. Cuando Dios abre las ventanas de los
cielos, sus bendiciones no siempre son financieras. Puede incluir cosas tales como
buena salud, paz mental, oraciones contestadas, protección, una relación cercana y de
amor en la familia, fortalez física, habilidad para hacer decisiones sabias, un caminar
más cercano con Jesús, éxito en la ganancia de almas, un auto viejo que aún siga
andando, etc. Si verdaderamente amamos a Jesús, el dar con sacrificio para su obra
nunca será una carga. Mas bien, es una bendición, un glorioso privilegio que lo
haremos con gran gozo y satisfacción.
Jacob vio una escalera que unía el cielo con la tierra, la cual simbolizaba al Hijo
del Hombre. En Malaquías 3:10, Dios dice que si traemos todos los diezmos al alfolí, él
nos abrirá las ventanas de los cielos y derramará bendiciones hasta que sobreabunde.
Jesús es esa bendición. Es por eso que siempre debiéramos recordar que cuando
Jesús tiene nuestro corazón, tiene todo lo demás. Y cuando nosotros tenemos a Jesús,
tenemos todo.
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