
PUERTAS ABIERTAS
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).
Conocer a Jesús y seguir sus enseñanzas es la razón de la vida cristiana. Al
final muchos que hicieron muchas cosas por Cristo en total consternación escucharán
lo que registra Mateo y Lucas: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el
reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu
nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y
entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”
(Mateo 7:21-23). “Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos
procurarán entrar, y no podrán. Después que el padre de familia se haya levantado y
cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor,
Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois. Entonces comenzaréis a
decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste. Pero os
dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de
maldad” (Lucas 13:24-27).
En otras palabras, porque no te conozco no puedes entrar. Nota que no es un
problema de identidad, no es porque el Señor no sabe quienes son. Las Escrituras
aseguran que él aún tiene contados los cabellos de nuestra cabeza (Lucas 12:7). No
está hablando de un problema de identidad sino de relación. “No os conozco”
Fuimos credos a la imagen de Dios. Nuestra felicidad eterna la obtenemos en
descubrir y hacer la voluntad de Dios en una relación personal, sin lo cual todo lo
demás es legalismo. El que se pierda, se perderá finalmente porque no desarrolló una
relación personal con Cristo en esta vida. Conocerle es amarle, amarle es obedecerle,
servirle y hacer su voluntad.
Cuando vamos a la Biblia, hay una sola pregunta en la Biblia que nosotros
debemos hacer a Dios, y es la pregunta que Saulo de Tarso hizo mientras yacía en el
polvo en camino a Damasco, derribado por la luz del Señor resucitado. “Saulo, Saulo,
¿por qué me persigues? . . . Yo soy Jesús a quien tu persigues” (Hechos 9:4, 5). En
otras palabras, estoy vivo y muy molesto con lo que estás haciendo a mi pueblo.
Recuerdas las siguientes palabras de los labios de aquel futuro apóstol? “Señor, ¿que
quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). Y esa es la única pregunta legítima, relevante que
cada uno de nosotros debemos hacer a Dios. ¿Qué quieres que haga, cuál es tu
voluntad?
Cuando Juan el Bautista comenzó su ministerio, su mensaje era simple:
“Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2). Nota que el no
llamó la república del cielo o la democracia del cielo, sino el reino. Todos sabían de qué
estaba hablando, un reino está regido por un rey. El los reinos de aquellos días, el rey
era el monarca absoluto, lo que él decía se hacía, tenía el poder literalmente de vida o
muerte sobre sus ciudadanos para hacer cumplir su voluntad. Cuando él hablaba nadie
argumentaba con él, si quería sobrevivir.
En Mateo 4:7 encontramos el mismo mensaje predicado por Jesús: “Arrepentíos
porque el Reino de los cielos se ha acercado”. Cuando Jesús predicó su famoso
Sermón del Monte, el tema central fue que la única avenida a través de la cual los
ciudadanos del reino pueden encontrar felicidad era: 1) Aprender cuál es la voluntad de
Dios. 2) Obedecerla de la mejor manera.
Cuando Pilato le preguntó a Jesús si él era rey, le dijo: “Sí, pero mi reino no es
de este mundo”. Como Rey, Jesús con frecuencia se refirió a sí mismo en presencia de
sus seguidores, los primeros cristianos, usando dos términos diferentes, que no son
sinónimos: Salvador. Cuando el ángel Gabriel se le apareció a José le dijo “y llamarás
su nombre Jesús porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. El mismo Jesús dijo
que había venido “a buscar y salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). El otro
término es Redentor, vino a pagar el precio de nuestros pecados. El nos posee
doblemente: 1) por habernos creado, 2) por habernos redimido, por haber pagado el
precio de nuestros pecados.
Pero Jesús se llamó más que Salvador y Redentor, se llamó Maestro y Señor. Y
eso era muy bien entendido en sus días, aunque no es claramente entendido en
nuestros días, porque no vivimos en un reino ni en un sistema autocrático.
Aún así Jesús tuvo problemas en sus días.“¿Por qué me llamáis, Señor, Señor,
y no hacéis lo que yo digo? “(Lucas 6:46). Hay cristianos que hacen lo que quieren.
Un siervo no se levantaba por la mañana para hacer lo que quería. Se
preguntaba ¿cuál es la voluntad de mi Señor para este día? Señor, ¿qué quieres que
yo haga? Todo lo demás era secundario. Y así es también con nosotros, porque si en
este día no estás haciendo la voluntad de Dios, ¿la voluntad de quién estás haciendo?
En todo su ministerio terrenal Cristo se basó en estos dos asuntos, conocer y
hacer la voluntad del Padre. Mateo más que los otros repite esto vez tras vez. Una vez
vinieron su madre y sus hermanos a verle y pidieron hablar con él. Su respuesta
retórica fue: “¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? ... Porque todo aquel
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, y
hermana, y madre” (Mateo 12:46-50). ¿Quieres ser un hermano/a de Jesús? Nota a
quiénes considera él sus hemanos o más allegados.
Más tarde contó la parábola de los dos hijos, uno que dijo voy y no fue, el otro no
voy y fue. El punto central es que nuestras acciones hablan más fuerte de lo que
decimos. Hablar es barato, el tener buenas intenciones es bueno, pero son las
acciones las que cuentan. Y finaliza con estas palabras, “¿Cuál de los dos hizo la
voluntad de su padre?” (Mateo 21:31).
Jesús siempre practicaba lo que decía: “Porque el que me envió, conmigo está;
no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:29).
“Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34)
Repetidamente declaró, “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi
voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:38). Y ¿cuál era la voluntad del
Padre para Jesús? “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que
ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Juan
6:40).
En el Getsemaní, horas antes del Calvario luchando entre gotas de sangre,
clamó tres veces. “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como
yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). Finalmente en sumisión exclamó: “Padre mío,
si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mateo
26:42).
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual,
siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino
que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres;
y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2: 5-8).
Dios tiene un plan individual para tu vida. Dios nos conoce antes de nacer, y
desde entonces tuvo un plan para ti.
Cuando leemos en las Escrituras no podemos dejar de conmovernos a leer la
descripción del hombre más poderoso de la tierra en aquel entonces. El emperador
Ciro fue movido tan profundamente cuando supo que Dios tenía un plan para él que
determinó alli mismo cumplir cada detalle del plan de Dios para su vida.
Jesús habló acerca de la seguridad de conocer cual es la voluntad del Padre.
Juan 7:17, “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios”.
Hay un costo en hacer la voluntad de Dios.
Hay 3 puertas que se mencionan en el libro de Apocalipsis que deben abrirse al
hacer la voluntad de Dios y para llegar a su Reino celestial.
La puerta del corazón.
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y
abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). Tú
puedes abrir esa puerta o puedes dejarla cerrada y no escuchar más los golpes. Jesús
dice: si la abres yo entraré y cenaré contigo. La cena era generalmente la hora de la
puesta del sol cuando un nuevo día comenzaba, de acuerdo a la Biblia. Los elementos
que encontramos aquí son: una cena, descanso y un nuevo día. Tres bendicones que
llegan al creyente cuando este abre la puerta de su corazón a Cristo. Ese es solamente
el comienzo de una relación personal con Cristo. Si has de llegar al cielo será por una
relación personal con Cristo.
Comer juntos en la cultura hebrea, es ser iguales. ¿Recuerdas José? El no se
sentó con sus hermanos en la misma mesa porque era abominación. El aquellos
tiempos sentarse a comer con alguien era señal de igual posición. Pero cuando lo hizo
se puso al nivel de ellos.
Jesús nos invita a cenar. Pero no hay comidas gratis. Luego de comer, hallar
descanso en él, nos invita a pasar por otra puerta.
La puerta del servicio.
“Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de
David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre. . . he aquí, he puesto
delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar. . .” (Apocalipsis 3:7,
. Por
eso Jesús nos dice: “Ve hoy a trabajar en mi viña” (Mateo 21:28).
Pero hay un costo personal en hacer la voluntad de Dios y servirle. ¿Recuerdas
la parábola de la perla de gran precio? Con un poco de imaginación santificada, alguien
ofreció el siguiente diálogo para ilustrar lo que significa el dejar todo nuestro ser en la
manos de Dios, conocer y hacer su voluntad de tal modo que quedemos libres, no para
hacer lo que queremos sino la voluntad de Dios. ¿Recuerdas la parábola de la perla de
gran precio?
— ¿Cuánto cuesta esta perla? Quiero tenerla.
— Bueno —dice el vendedor—, es muy cara.
— Bien, pero, ¿cuánto cuesta? —insisto.
— Es muy, muy cara.
— ¿Piensa que podré comprarla?
— Por supuesto, cualquiera puede adquirirla.
— Pero, ¿es que no acaba de decir que es muy cara?
— Sí.
— Entonces, ¿cuánto cuesta?
— Todo cuanto usted tiene —responde el vendedor.
Pienso por unos momentos. — Muy bien, estoy decidido, ¡voy a comprarla! —exclamo.
— Perfecto. ¿Cuánto tiene usted? —me pregunta.
— Tengo 500 mil en el banco.
— Bien, 500 mil. ¿Qué más?
— Eso es todo cuanto poseo.
— ¿No tiene ninguna otra cosa?
— Bueno... tengo unos más en el bolsillo.
— ¿A cuánto asciende?
Me pongo a hurgar en el bolsillo. —Veamos, 100, 200, 300.... aquí está todo, ¡500
dólares!
— Estupendo. ¿Qué más tiene?
— Ya le dije. Nada más. Eso es todo.
— ¿Dónde vive? —me pregunta.
— Pues en mi casa. Tengo una casa.
— Entonces la casa también —me dice mientras toma nota.
— ¿Quiere decir que tendré que vivir en mi remolque?
— Ajá. ¿Con que también tiene un remolque. El remolque también. ¿Qué más?
— Pero si se lo doy, entonces tendré que dormir en mi automóvil.
— ¿Así que también tiene un auto?
— Bueno, a decir verdad, tengo dos.
— Perfecto. Ambos coches pasan a ser mi propiedad. ¿Qué otra cosa?
— Mire, ya tiene mi dinero, mi casa, mi remolque, mis dos autos. ¿Qué otra cosa
quiere?
— ¿Es solo? ¿No tiene a nadie?
— Sí, tengo esposa y dos hijos...
— Excelente. Su esposa y niños también. ¿Qué más?
— ¡No me queda ninguna otra cosa! Ahora estoy solo.
De pronto el vendedor exclama: —Pero, casi se me pasa por alto! Usted. ¡Usted
también! Todo pasa a ser de mi propiedad: esposa, hijos, casa, dinero, automóviles y
también usted.
Y enseguida añade: —Preste atención, por el momento le voy a permitir que use todas
esas cosas pero no se olvide que son mías y que usted también me pertenece, y que
toda vez que necesite cualquiera de las cosas de que acabamos de hablar debe
dármelas porque yo soy el dueño.
Así ocurre cuando se es propiedad de Jesucristo. Para muchos aquí está el
problema. Aceptar a Jesús como Salvador es lo que todos quieren. Si alguien paga mis
deudas, bienvenido, Dios bendiga al tal. No he encontrado a nadie que no quiera que
Jesús pague su deuda. Pero él también dice, yo soy tu Señor y Maestro, quien te dice
que debes hacer, no hacer, pensar, leer, dónde ir, qué leer, etc., y muy pocos cristianos
comparativamente hablando están dispuestos a ser dictados sobre qué hacer en estos
asuntos.
Es posible para Cristo ser nuestro dueño pero no poseernos. Muchas veces la
gente pide algo y no lo devuelve. Eres el dueño pero no posees lo que es tuyo, no está
a tu servicio. Tú y yo tenemos libros que son nuestros pero no los poseemos, son
tuyos pero no están a tu servicio. ¿Es posible que seamos de él y a la vez no estar a su
servicio? Es posible para Cristo ser nuestro dueño porque él nos compró a gran precio,
pero es posible que no nos posea porque nuestro corazón está detrás de otras cosas o
personas.
Cuando le abres la puerta del corazón, Jesús te lleva a la puerta del servicio, y
ese servicio te puede costar algo.
María de Nazaret tuvo el privilegio de ser la madre del Salvador, pero el ángel le
dijo que una espada traspasaría su alma, y así ocurrió. Aceptó el desafío y tuvo que
pagar el precio de la crítica, fue acusada de inmoralidad, de tener un hijo fuera del
matrimonio. Luego tuvo que estar al pie de la cruenta cruz romana y ver a su hijo morir.
Hubieron tres muchachos en la planicie de Dura, en la provincia de Babilonia. La
orden era que al sonido de la orquesta debían postrarse y adorar la estatua o ir al
horno. Su decisión fue, no importa lo que pase servirían al Dios verdadero. Fueron
atados con zogas. Cristo pudo haberles librado de ir al horno, cerrar la puerta, apagar
el fuego con un soplido, pero no lo hizo. Los dejó pasar por la puerta del servicio y
testimonio. Dios eligió librarlos no del horno, pero de los efectos del horno.
Su primo, Juan el Bautista. A él se le ofreció una puerta, una prisión. Allí entró el
verdugo con el hacha y separó la cabeza de Juan. Pero de aquella prisión nos llega el
mensaje: “A él conviene crecer y a mí menguar” y Dios eligió ese camino para Juan.
La puerta de los cielos.
Si pasas por la puerta del servicio fiel, hay una tercera
puerta. El autor de Hebreos habla de una “ciudad que tiene fundamentos, cuyo
arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10). Juan la describe con 12 puertas
(Apocalipsis 21:12-21)
Un día, si has desarrollado una relación personal con Cristo, si has caminado día
a día con él, esas puertas se abrirán para tí, y de en medio de aquella ciudad
escucharás la invitación de bienvenida de tu Señor: “Bien, buen siervo y fiel; sobre
poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:23).
“Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; y por ello te vendrá bien” (Job
22:21).
“a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus
padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte” (Fil 3:10).
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo,
a quien has enviado” (Juan 17:3).
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