Biblia Adventista - Biblia de Estudio
  La Reforma del Sábado
 
La Reforma del Sábado
M.L.Andreasen

 

La Reforma del Sábado

 “El séptimo día es el Sábado del Señor tu Dios”. Estas palabras hacen parte del cuarto mandamiento tal como este está registrado en Exodo 20. Cualquier cosa que los hombres puedan pensar o hacer en relación al Sábado, estas palabras permanecerán para siempre como un testimonio de la verdad de Dios. El séptimo día es el Sábado. Ante esta declaración, no es fácil que un cristiano diga que el séptimo día no es el Sábado. Es demasiado contradecir a Dios.
 
Si la cuestión del Sábado es tan importante como nuestro estudio de él parece indicar, podremos esperar que Dios, de alguna manera, llamará la atención del mundo, para que todos sepan y actúen de acuerdo al conocimiento. No podemos suponer que Dios proclamará el Sábado a Su pueblo como una parte integral de la ley moral, y entonces permita que esta verdad sea enterrada bajo una masa de tradición mientras un poder opositor erige otro memorial y lo coloca como si fuese de Dios. Es de la incumbencia de Dios ver que la basura sea barrida y que las preciosas joyas de Su verdad sean reveladas. No podemos concebir que Dios le revele la verdad al mundo y después no se importe con lo que le suceda. El mismo Dios que dio la semilla tiene que ver que sea regada y que produzca frutos.

 Al decir esto, no le estamos mandando a Dios ni le estamos diciendo lo que tiene que ser hecho, sino que apenas estamos razonando desde un punto de vista humano. Cuando entonces entendemos lo que aquí estamos proponiendo es exactamente lo que Dios va a hacer, nos animamos y vemos que es posible que los hombres puedan pensar de la manera que Dios piensa.
 
Dios no permite que Su verdad sea enterrada para siempre. Mucho antes que un evento acontezca, si es algo que tiene que ver con alguna profecía, Dios le envía palabras al hombre en relación a eso. “Él le revela Sus secretos a Sus siervos los profetas”. Amós 3:7. Lo que es revelado puede ser olvidado, mal interpretado y rechazado, pero Dios, que dio la palabra, ve que en el tiempo apropiado sea proclamada Su palabra al mundo. Cuando se acerca el tiempo, los hombres se levantan para dar la advertencia, y hasta los extremos de la tierra resuena el llamado de Dios. La obra de Dios no será hecha, y no será terminada, en una esquina. La tierra será iluminada con la gloria y con el conocimiento de Dios, “así como las aguas cubren el mar”. Así ha sido, y así será.

 

La Necesidad del Mundo

 

 Los tiempos en los cuales vivimos indican la necesidad de llamar la atención a la ley de Dios. Prevalece la falta de ley en una extensión sin precedentes. No es suficiente decir que siempre ha habido crimen. Eso, desde luego, es verdad. Pero a la luz de la educación moderna y de la inteligencia general, el crimen ha tomado una nueva fuerza, hasta que desafía gobiernos organizados. Si a esto se le añade el hecho de que los gobiernos en sí mismos le están dando cabida a fuerzas enemigas a los mejores intereses del estado, vemos que hoy nos enfrentamos cara a cara con una situación que demanda un retorno a la ley y al orden, y lo presagia.
 
A menos que tomemos el punto de vista de que Dios ha abandonado el mundo a su suerte, tenemos que creer que Dios mide Sus mensajes de acuerdo con las necesidades de la hora. Hay tiempos en que los mensajes de consolidación son necesarios, y Dios en Su gracia les dice a los profetas que conforten a Su pueblo. Hay tiempos cuando se necesita la reprobación, y Dios habla en forma aguda y alta y no se calla. Hay tiempos en que algún desastre le sobreviene a una ciudad o a una nación, y Dios les envía un mensaje de advertencia e instrucción.
 
Si tuviéramos que juzgar a través de las condiciones de la tierra hoy, donde la carencia de ley anda desenfrenada en todas partes, donde la fe desaparece de los corazones de los hombres, y el escepticismo, el cinismo, y el agnosticismo toman sus lugares, diríamos que la necesidad del mundo hoy es el evangelio de Jesús, el evangelio de la fe, de la esperanza, y del ánimo hacia una humanidad desanimada y descorazonada, y que la ley una vez más tiene que tronar desde el Sinaí, con toda su majestad, para impresionar a los hombres de que Dios está al cuidado, que la ley no puede ser transgredida impunemente, y que los hombres tienen que volver a respetar la ley de Dios, o perecer. Diríamos que los hombres necesitan que la ley les sea predicada, para despertarles el sentido del pecado y de la condenación, y también el evangelio, en su pureza original, como un bálsamo sanador para almas contusionadas. Ambas cosas, la ley y el evangelio, son los medios señalados por Dios para sanar los destrozos del pecado, y, correctamente aplicados, curarán no solo las enfermedades del pecador individualmente, sino que también aquellos del mundo.
 
Pero, dice uno, no hay nada nuevo en esto. Esto lo admitimos. No hay ningún otro nombre bajo el cielo dado entre los hombres a través del cual podamos ser salvos. No hay ningún otro remedio a no ser el evangelio. Así como en la antigüedad, tiene que haber una convicción del pecado; el individuo tiene que ser traído cara a cara a enfrentarse consigo mismo, en el espejo de la ley, tiene que llorar en agonía de alma, “¡Oh miserable hombre que soy!”. Y entonces tiene que recibir la preciosa palabra de perdón y paz.
 
Esta simple presentación de la ley de Dios y la fe de Jesús es necesaria en el mundo hoy en día, tanto como antes. Los hombres se están olvidando de la ley. No es predicada desde el púlpito; no es practicada en el banco de iglesia. Hubo un tiempo en que el ministro tenía una permanente fe en los mandamientos como siendo la norma de justicia. Como resultado de esta creencia y de su predicación, los hombres tenían respeto, no solo por la ley de Dios, sino que también por la ley humana. Cuando los ministros dejaron de predicar la ley, cuando comenzaron a predicar que había sido abolida, los hombres llegaron a la única conclusión que podían llegar a partir de esa enseñanza; esto es, que la ley no es importante, y que puede ser transgredida impunemente.
 
A partir de esto, dieron otro paso lógico. Si la ley de Dios no es importante, si los diez mandamientos no son más válidos, ¿la ley del hombre tiene que ser respetada? No creemos que al final de cuentas el ministro de hoy pueda escapar de la responsabilidad de habernos quedado sin ley. No queremos colocar toda la responsabilidad sobre ellos, pero creemos que en una crisis, cuando todo el mundo apoya la falta de ley y el crimen, tenemos el derecho a esperar que el ministro de Dios se levante a favor de la ley y del orden, que levante una poderosa voz de protesta contra el pecado y la transgresión, y no vemos cómo podrán hacer esto consistentemente, mientras repudian la ley de Dios. Creemos que la enseñanza de la abrogación de la ley de Dios está trayendo sus frutos de falta de ley generalizada, y le aconsejamos a todo siervo de Dios que está en alguna posición de responsabilidad a pesar cuidadosamente su deber al respecto. Si se hace referencia a la ley de Dios en forma irrespetuosa desde el púlpito, si la guarda de los diez mandamientos es considerada anticuada e incompatible con la fe en el evangelio, ¿cómo puede la falta de respeto por la ley ser el resultado de esa enseñanza? ¿Cómo puede el profesor escapar de esa responsabilidad? Desde nuestro punto de vista una gran responsabilidad descansa sobre el ministro de hoy, para deshacer en la medida de lo posible, el daño que ya se ha hecho, y que se haga escuchar la voz de Dios desde cada púlpito del país, para que Dios pueda proteger a Su pueblo y que no de Su herencia al reproche.

 

La Ley y el Evangelio

 

 Pero predicar la ley, importante como eso es, no es suficiente. La verdad, donde ha habido negligencia, es que necesitamos una diligencia incrementada; y donde la ley ha sido negligenciada, se necesita un énfasis especial para con ella. Sin embargo, la predicación de la ley no es suficiente. Los diez mandamientos necesitan ser resonados en los oídos de los pecadores, para despertarlos a un sentido de su condición y hacia una necesidad de un Salvador; pero predicar solo la ley, y no el evangelio, resultará en desespero. La ley y el evangelio son los dos elementos necesarios para la salvación. Son como las dos alas de un pájaro, ambas son necesarias para volar, una tanto como la otra. Son como los dos remos de un bote, ambos necesarios para poder avanzar.
 
El mundo necesita el evangelio hoy más que nunca. Donde abunda el pecado, la gracia tiene que abundar mucho más. Y el pecado abunda hoy. No está escondiendo la cabeza ni escabulléndose como en las generaciones anteriores. Es desenfrenado, descarado, agresivo, ostenta sus mercaderías, para que todos puedan verlas. Ha entrado finamente en la sociedad, es invitado a los palacios de los reyes, es un convidado de honor en muchos banquetes, es un amigo íntimo en muchos hogares, un profesor popular en muchos colegios. Cuando es condenado desde el púlpito, camina del brazo con el feligrés fuera de la iglesia; cuando es deplorado en la corte legislativa, va hasta la casa del oficial en la noche con una invitación especial; desterrado a través de acuerdos internacionales, preside el concilio armamentista; predicado en su contra a través de miles de obispos, se complace en unirse a ellos repudiando y aboliendo la ley. Todo junto, el pecado ocupa un lugar importante en la vida de hoy, y en muchas partes ha tenido éxito en hacerse a sí mismo respetable. Esto hace con que su influencia sea muy insidiosa.
 
No hay ninguna ayuda para esas condiciones que el evangelio en su pureza y poder. Los hombres han tratado de usar los más diversos remedios, pero no han encontrado ayuda en ellos. Hubo un tiempo en que se pensaba que la ignorancia era la causa primaria del pecado, y que la educación era el remedio. Pero esto ha probado ser una vana esperanza. La educación sin el balance de la religión, puede hacer más mal que bien. Puede hacer con que un hombre bueno sea mejor, pero tiende a hacer un hombre malo, peor aun. Cuando antes los hombres estaban limitados en su maldad por la falta de conocimiento, ahora están capacitados para hacer mucho más mal y perpetrar una crueldad mucho más cruel, debido a las ventajas que les suministra la educación moderna. Un criminal ignorante es una amenaza; uno educado es una amenaza mucho mayor en proporción a su conocimiento.
 
Cuando declaramos que el único remedio para las condiciones del mundo hoy en día es el evangelio, no estamos queriendo decir que deba ser un evangelio de pura leche, un evangelio debilitado de sentimentalismo enfermizo y trivial, o de algún apelo errático, o algunas veces erótico, hacia una fe irrazonable en lo sobrenatural.
Lo que queremos decir es un evangelio con espina dorsal, una fe robusta en un Dios personal, una confianza implícita en un Salvador divino, un conocimiento humilde de la culpa personal y una aceptación del perdón, un reconocimiento del deber como también del privilegio, y un esfuerzo agresivo para ayudar a diseminar las buenas nuevas de la salvación hasta los confines de la tierra.

 A medida que el pecado toma nuevas formas, las armas del cristiano no deben conformarse al padrón de la guerra en la cual está inmerso. Una armadura protectora no es suficiente. También necesitamos armas de ataque. El cristianismo no es neutro ni negativo. No es flemático ni letárgico. Es positivo, viril, fuerte, agresivo. Como a menudo es el caso en una guerra real, así lo es en la guerra del cristiano, la mejor defensa es el ataque. Puede haber habido un tiempo en que fuese necesario una benignidad. No podemos despreciar esto. Pero el tiempo ahora demanda campañas ofensivas, que la fortaleza de Satanás sea invadida y sus defensas sean derribadas, y que la guerra sea abierta.

 Durante mucho tiempo las fuerzas de Cristo han tomado una actitud apologética. Ahora Dios llama a la acción. Aun necesitamos las virtudes cariñosas que siempre están asociadas con el evangelio, tal vez ahora más que nunca. Pero a esto hay que añadir la agresiva “fe que no retrocederá”, que actuará y se atreverá por Cristo, la fe de la lealtad y del optimismo, la fe persistente, la fe victoriosa. La actitud derrotista tiene que ser derrotada, el medio apologético descartado, y la iglesia de Dios debe avanzar en la fuerza de un seguro propósito, levantando la bandera: Los Mandamientos de Dios y la Fe de Jesús.

 

Los Mandamientos de Dios

 

 Esta última expresión fue tomada del libro de Apocalipsis, y describe exactamente lo que es necesario hoy en día. El texto completo dice. “Aquí está la paciencia de los santos; aquí están aquellos que guardan los mandamientos de Dios, y la fe de Jesús”. Apoc. 14:12. En esto es revelado el evangelio completo, el evangelio para un tiempo como este. Examinemos la declaración.

 “Aquí está la paciencia de los santos”. La palabra “santos” es la misma palabra que en otras partes es traducida como “santo”, la palabra griega hagios. Es usada en expresiones como “Padre santo”, “el santo niño Jesús”, “el templo de Dios es santo”, “santo y sin mancha”, “preséntate santo y sin macha”, “aquel que os ha llamado es santo”, “los santos hombres de Dios hablaron”, “santo es Su nombre”. Juan 17:11; Hechos 4:27; 1 Cor. 3:17; Efe. 5:27; Col. 1:22; 1 Pedro 1:15; 2 Pedro 1:21; Luc. 1:49. Por lo tanto estamos bien en creer que a los que aquí se hace referencia son santos en el verdadero sentido de la palabra, que son santificados y santos, sin mancha y sin contaminación.

 Los santos de los cuales se está hablando guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Para algunos esto puede parecerles una extraña declaración, porque la teología popular no combina la guarda de los mandamientos con la santidad. Más bien, muchos que reclaman santidad repudian totalmente los mandamientos de Dios, y parecen mantenerse alejados de todo aquello que tenga sabor a ley. Pero no sucede eso con Dios. Cuando Él desea definir a aquellos que realmente son santos, cuando quiere mostrar aquellos que realmente son santos a la vista del cielo, Él dice que guardan los mandamientos de Dios. La verdadera santificación y los mandamientos siempre van juntos.

 El capítulo del cual citamos el texto bajo consideración comienza dando una descripción del Cordero de Dios en pie en el monte Sión, “y con él 144.000, que tenían el nombre de Su Padre escrito en sus frentes”. Apoc. 14:1. Se dice de ellos que “no se habían contaminado con mujeres; porque son vírgenes. Estos son aquellos que siguen al Cordero dondequiera que Él vaya. Estos fueron redimidos de entre los hombres, siendo las primicias de Dios y del Cordero. Y en sus bocas no se halló macha; porque están sin falta delante del trono de Dios”. Versos 4-5. Ellos son los mismos que aquellos “que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”. Verso 12. Sin duda son también aquellos que son mencionados en Apoc. 12:17, como siendo “el remanente de su semilla, los cuales guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesús”.

 Este remanente es generalmente considerado como siendo el último pueblo de Dios en la tierra, aquellos que viven justo antes del aparecimiento del Hijo de Dios en las nubes del cielo. la palabra “remanente” parece indicar esto, aun cuando no dependemos de esta única expresión para tener este punto de vista. Todo el contexto da la misma impresión. Los mensajes de los tres ángeles mencionados en Apocalipsis 14 son los últimos mensajes enviados a la tierra antes de la venida del Señor. Inmediatamente después de su proclamación, Juan dice: “Miré, y he aquí una nube blanca, y sobre la nube uno sentado como Hijo del hombre, teniendo en Su cabeza una corona dorada, y en Su mano una afilada hoz... Y Aquel que estaba sentado sobre la nube metió Su hoz sobre la tierra; y la tierra fue segada”. Versos 14-16. Parece estar entonces claro que el remanente del pueblo de Dios, aquellos que viven justo antes de la venida del Hijo del hombre, la última generación de la tierra, habrán conseguido una vida santificada, y guardarán los mandamientos de Dios.
 
Nosotros creemos que estamos viviendo cerca del tiempo cuando debemos esperar ver el Hijo del hombre viniendo en las nubes del cielo. Es en este tiempo que la marca distintiva de aquellos que son santificados aparecerá guardando los mandamientos. Por lo tanto es evidente que la ley tiene que volver a su lugar nuevamente. antes que pueda producirse un pueblo que guarde los mandamientos, debe haber una predicación sobre los mandamientos, debe haber un despertamiento por parte del pueblo de Dios en relación a los reclamos de la ley de Dios. Podemos entonces esperar un reavivamiento mediante el estudio de la ley antes de la venida del Señor, y este reavivamiento será tan difundido que alcanzará a todas las naciones y pueblos, de los cuales el remanente será sacado.
 
Podemos esperar más aun. A medida que el pueblo estudie la ley, naturalmente su atención será llamada al hecho de que ellos no están santificando el día que el mandamiento les pide que lo guarden santo. Esto los llevará a profundizar más aun la verdad, y esta búsqueda los llevarán a otras verdades, las cuales han estado escondidas durante varias generaciones. A medida que la verdad del Sábado resplandezca sobre ellos, serán llevados naturalmente a considerar la cuestión de la creación, la cual está íntimamente ligada a esto. Siendo creyentes de la Biblia, ellos permanecerán firmes con el relato dado en Génesis en relación a la creación, y se opondrán diametralmente a cualquier doctrina que sea evolucionista en origen o en tendencia.

 Un pueblo así se desarrollará creyendo en la Biblia, siendo fundamentalistas, guardan los mandamientos de Dios y observan el séptimo día Sábado. Este pueblo será sellado con el sello de Dios; tendrán el nombre del Padre en sus frentes, y serán sin mancha o arruga, o cualquier cosa semejante. Estarán sin falta delante del trono de Dios.

 

La Paciencia de los Santos

 

 Lea nuevamente la descripción del pueblo que tiene la aprobación de Dios: “Aquí está la paciencia de los santos; aquí están aquellos que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”. Observe: ellos son santos, esto es, son santificados, son santos. Ellos poseen paciencia, o, como lo expresan las palabras, resistencia, fuerza, tenacidad. Ellos guardan los mandamientos. Poseen fe.

 La primera característica aquí mencionada es la de la paciencia. Esta palabra ha sido mal interpretada, ya que generalmente se piensa que es lo opuesto a impaciencia. No estamos negando que tenga este significado, pero solo en un sentido secundario. La palabra normalmente posee un significado más amplio, que tal vez sea mejor traducido como “resistencia”. Young la traduce así y también Rotherdam. La American Revised Version coloca en el margen “lealtad”. En el texto: “Corramos con paciencia la carrera que está delante de nosotros” (Heb. 12:1), el significado no es de no debemos ser impacientes para correr, sino que tenemos que correr con resistencia, con coraje, con lealtad, no debemos desistir, sino que proseguir, cualesquiera que sean los obstáculos.

 La palabra posee el mismo significado en Heb. 10:36, donde dice: “Necesitáis de paciencia, para que, después de haber hecho la voluntad de Dios, podáis recibir la promesa”. El significado aquí no es que nos volvamos impacientes, aun cuando esto sea verdad, sino que si es que vamos a recibir la promesa, tenemos que tener resistencia, no debemos desistir, tenemos que seguir lealmente adelante. En todo el Nuevo Testamento el significado es el mismo, salvo en dos casos.

 Cuando nuestro texto, por lo tanto, habla de la paciencia de los santos, se refiere a su lealtad, a su perseverancia, a su “constante ánimo”, a su optimismo, a su resistencia. Así, la palabra en una historia en sí misma a respecto de lo que los santos han pasado. Han sido probados al máximo. Han sido tentados para que desistan. Han permanecido cara a cara con obstáculos que parecían intransponibles. Pero no se desanimaron. No desistirán. Cuando la fe se desvanece, y parece que no va a resistir más, ellos no fallaron. Con Cristo, decidieron que no iban a fallar jamás ni se iban a desanimar.

 Los versos que preceden Apoc. 14:12 nos dan cierto indicio de la batalla por la cual han pasado los santos. Han sido enfrentados con la alternativa de recibir la marca de la bestia en sus frentes o en sus manos, o de ser matados. Apoc. 14:9; 12:15-17. Han tenido que enfrentar la cuestión de la adoración de la bestia y de recibir su marca, de ser incapaces de comprar ni vender. Apoc. 12:17. Si no adoran la bestia, el decreto de la bestia será que deben ser muertos. Si adoran la bestia, Dios decreta que tendrán que beber de la ira de Dios. Apoc. 14:15, 10. Esto los coloca en un serio dilema. Pero no titubearon. Cuando terminó la batalla, ellos tenían en sus frentes, no la marca de la bestia, sino que el nombre de Dios. Apoc. 14:1. Han ganado una victoria completa. No desistieron. Perseveraron. Han mostrado que pudieron soportar cualquier prueba. Tuvieron la paciencia, la lealtad, la resistencia, de los santos.

 Hemos analizado la segunda declaración de nuestro texto, de que estas personas son santas, son santificadas. Ellos han estado en Babilonia, pero han salido de ella. Apoc. 14:8; 18:4-5. En tiempos en que los hombres y las naciones bebían “del vino de la ira de su fornicación”, ellos “no se contaminaron con mujeres; porque son vírgenes”. Apoc. 14:8, 4. Bajo una gran tensión y tentación ellos permanecieron puros, física y espiritualmente. Ellos eran santos, pero no porque hayan sido protegidos con una coraza contra las tentaciones, porque han sido expuestos a todo tipo de tentaciones, y han sido amenazados a menos que cedieran. Pero nada pudo moverlos. Ellos conocían en quién habían creído, y permanecieron firmes.

 Estos santos guardan los mandamientos. Tiene que haber un significado especial en esta declaración. En vista de los tiempos en que ellos viven, solo puede haber un mandamiento al cual se hace referencia aquí. Ningún cristiano pensará en robar o jurar sin que se avergüence de eso. Es impensable que un cristiano piense en quebrar el séptimo mandamiento. Pero cuando llegamos al séptimo día, el asunto es diferente. Ese día algunos lo quiebran y aun piensan que son buenos cristianos. ¿Cómo puede ser esto? ¿Por qué quebrar un mandamiento y no los demás? Los santos “guardan los mandamientos”. Uno de estos mandamientos es el cuarto. Ellos guardan ese junto con los demás. Los guardan todos.

 

El Sábado Restaurado

 

 Encontramos un texto interesante en el capítulo 58 de Isaías, al cual ahora le llamamos la atención. Todo el capítulo se dirige al pueblo de Dios el cual demuestra un encomiable interés en muchas cosas, pero fallan en algunos asuntos vitales.

 Al profeta se le dice que le muestre el pueblo de Dios “sus transgresiones, y a la casa de Jacob sus pecados”. Ellos buscan al Señor diariamente, y se alegran en conocer Sus caminos y en acercarse a Dios. Versos 1-2. Pero están perplejos porque Dios parece no reconocerlos. “¿Para qué hemos ayunado”, dicen ellos, “y Tú no lo ves? ¿Por lo cual hemos afligido nuestra alma, y Tú no tomas ni conocimiento?”. Verso 3. Ellos son lo que se podría llamar buenas personas; se alegran en Dios y en Su servicio; afligen sus almas. Pero hay algo errado, porque Dios no ve ni toma conocimiento de ellos.

 El Señor ahora llama la atención hacia sus fallas. Si realmente quieren saber por qué Dios se mantiene distante, Él se los hará saber. Ellos han disfrutado de sí mismos, mientras otros han sufrido. Ellos realmente han ayunado, pero no ha sido el tipo de ayuno que le agrada a Dios. El verdadero ayuno, dice Dios, consiste en hacer el bien, en ayudar al pobre, en aliviar al oprimido, en compartir nuestro pan con el hambriento, y en vestir al desnudo. Si el pueblo hiciese eso, grandes bendiciones les sobrevendrían. Les volvería la salud, les llegaría la luz de Dios, justicia y gloria sería su retaguardia, y Dios oiría nuevamente sus oraciones y se les acercaría. Sus almas estarían satisfechas porque no estarían en sequía, y el Señor los guiaría continuamente. Versos 6-11.

 Ahora viene el texto al cual queremos llamarle la atención.

“"Reedificarás las ruinas antiguas, levantarás los cimientos puestos hace muchas generaciones, y serás llamado reparador de muros caídos, restaurador de calzadas para andar. Si retiras tu pie de pisotear el Sábado, de hacer tu voluntad en mi día santo, y si al Sábado llamas delicia, santo, glorioso del Eterno, y lo veneras, no siguiendo tus caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando palabras vanas, entonces te deleitarás en el Señor, y Yo te haré subir sobre las alturas de la tierra, y te sustentaré con la herencia de Jacob tu padre; porque la boca del Eterno lo ha dicho”. Versos 12-14.
 
Esto nos trae de vuelta al asunto del Sábado. El pueblo mencionado en este capítulo no ha hecho una aplicación práctica de su cristianidad. No se han interesado del pobre y del infortunado como debiera ser. El consejo que se les dio es que tienen que tener un interés personal con el pobre y con el necesitado. No debían apenas dar una moneda o un dólar al hambriento; debían dividir su propia comida con ellos. No debían enviar a los que no tenían hogar a alguna institución. Tenían que llevarlos a su propio hogar. Tenían que tener un interés personal en aquellos para quienes trabajaban. Tenían que tener un cristianismo práctico, y tenían que tomar parte en el trabajo, y no hacerlo todo por algún representante (por poder).
 
También, no tenían que olvidarse del Sábado. Este consejo viene como una amonestación, de manera que no se les olvidara. Haciéndolo así ellos “levantarían los fundamentos de muchas generaciones”. Serían llamados, “reparadores de brechas, restauradores de sendas para andar en ellas”. Esto sería así “si retraes tu pie del Sábado”, esto es, cesar de pisotear el Sábado, “haciendo tú voluntad en Mí santo día; y llamarás al Sábado delicia, el santo del Señor, honorable”.
 
Observe cómo el Señor llama aquí el Sábado. Lo llama de “Mí santo día”, “una delicia”. Lo llama de “el santo del Señor, honorable”. La palabra “santo” usada aquí es la palabra hebraica qadosh, la misma palabra que los ángeles usan cuando dicen: “Santo, Santo, Santo, es el Señor de los ejércitos”. Isa. 6:3. La palabra “honorable”, viene del hebraico kabed, y significa hacer pesado o pesadez, colocar tensión en algo, y así honrarlo. No se le puede dar otras interpretaciones a estas expresiones de que Dios honra en gran manera el día Sábado y quiere que Su pueblo también lo honre.
 “Y lo honres a Él” en vez de “y lo honres”. Esta es la manera como la American Revised, la Versión de Young, la American Translation, la Variorum, y otras versiones lo han colocado. “Y lo honrarán”, el Sábado. Ambas traducciones pueden estar correctas, porque cualquiera que honre el Sábado también honra al Señor del Sábado. Todo aquel que honra el Sábado debe deliciarse a sí mismo en el Señor y cabalgar en las más grandes alturas de la tierra. “La boca del Señor lo ha dicho”.

 Ahora preguntamos muy seriamente: ¿Es razonable suponer que Dios hablaría así del Sábado, alabándolo en los más altos términos, llamándolo de “Mí santo día”, advirtiéndonos para que no lo pisoteemos, para que después todo sea anulado? ¿Podemos creer que Él lo llame “honorable”, le ponga un peso encima, nos pida que nos deliciemos en él; podemos creer que Él le daría el título distintivo de “el santo del Señor”, y que le prometa grandes bendiciones a aquellos que lo honren, para después descartarlo completamente? No conseguimos ver cómo esto podría ser así.

 

La Brecha

 

 Pero no nuevamente. los que así honran al Señor restaurando el Sábado a su lugar correcto, serán llamados “reparadores de brecha, restauradores de caminos para andar en ellos”. Isa. 58:12. Esto merece alguna consideración.
 
“Los reparadores de brechas”. En los tiempos antiguos las ciudades estaban rodeadas por murallas. Al sitiar alguna ciudad, el enemigo trataría de hacer alguna brecha en las murallas a través de la cual se pudiese llevar a cabo algún ataque. Se colocaban arietes para que estos derribasen una parte de la muralla, para que así se produjese un hueco, a través del cual los soldados pudiesen entrar y tomar la ciudad. Cuando se hacía una brecha así, la batalla se encarnizaba en aquel punto específico. El resto de la muralla quedaba prácticamente desierto, y ambos bandos se concentraban en la brecha. Aquellos que trataban de reparar la brecha se exponían al peligro, pero si tenían éxito, grande era su recompensa.

 Este es el cuadro que se nos presenta en la frase “reparador de brecha”. La declaración está íntimamente asociada con el Sábado y con la ley de Dios; por lo tanto sería bueno conectarlo con aquello que dice el profeta Ezequiel sobre el mismo asunto.

 “Sus sacerdotes han violado Mí ley, y han profanado Mis cosas santas; no han hecho ninguna diferencia entre lo santo y lo profano, ni han hecho diferencia entre lo inmundo y lo limpio, y han escondido sus ojos de Mis Sábados, y Yo he sido profanado en medio de ellos”. Eze. 22:26. Esta es una seria acusación contra los sacerdotes de Dios. Ellos no han sido fieles. Han violado la ley. Han ocultado sus ojos del Sábado, y Dios ha sido profanado entre ellos.
 
Han hecho aun más. Ellos los han “recubierto con lodo suelto, profetizándoles vanidad, y adivinándoles mentira, diciendo, así dice el Señor Dios, cuando el Señor no lo ha dicho”. Verso 28. Esta es una acusación muy seria contra el ministerio que Dios hizo. Él los acusa de decir, “así dice el Señor Dios, cuando el Señor no lo ha dicho”. Esta acusación debe tener algo que ver con el Sábado, porque es uno de los asuntos bajo consideración.

 “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de Mí, a favor de la tierra, para que Yo no la destruyese; y no lo hallé”. Verso 30. Dios dice que Él buscó a algún hombre entre ellos que “se parase en la hendidura”. Pero no encontró ninguno. La palabra “hendidura” es la misma palabra, perets en hebraico, que es traducida por “brecha” en Isaías. En Isaías Dios llama a aquellos que son fieles, “reparadores de brechas”. En Ezequiel Él busca a algún hombre entre los sacerdotes que sea capaz de permanecer en la brecha. Pero no encontró a ninguno. Ambas declaraciones tienen que ver con la cuestión del Sábado. La conexión y la ilustración son muy apropiadas.

 La ley de Dios es una protección para Su pueblo. Es como una muralla alrededor de los santos. Es la línea divisoria entre el mundo y la iglesia. Adentro está la iglesia; afuera está el mundo. Como la guarda de los mandamientos es un requisito para entrar en la iglesia, todo está bien. Pero si una brecha es hecha en la muralla, el enemigo tendrá fácil acceso, y entrará en la iglesia. Esto es en realidad lo que ha sucedido. La ley ha sido quebrada, se ha hecho una brecha, y ahora hay muy poca diferencia entre aquellos que están afuera y aquellos que están adentro.
 
Dios está buscando hombres que sean capaces de permanecer en la hendidura y que la repare. A medida que busca entre los sacerdotes, encuentra que ellos están violando la ley y están escondiendo sus ojos del Sábado. En vez de ayudar a reparar la brecha, están tratando de hacer otra muralla por sí mismos. De ellos Dios dice: “Han seducido a Mí pueblo, diciendo, paz; y no había paz; y uno hace una muralla, y, otros la recubren con barro suelto”. Eze. 13:10.
 
Hemos avanzado bastante para poder hacer la aplicación correcta. La muralla es la ley de Dios, los diez mandamientos. Esta muralla ha sido quebrada por los hombres., y una brecha ha sido hecha en ella. El lugar donde ha sido hecho el ataque y donde se ha producido la brecha, es el cuarto mandamiento, el séptimo día Sábado. Durante muchas generaciones ha existido esta brecha, y Dios ha buscado hombres que pudiesen repararla, pero no ha encontrado a ninguno. Debido a esta brecha en la ley los hombres han entrado en la iglesia, hombres inconversos, hasta que ahora prácticamente no hay ninguna diferencia entre la iglesia y el mundo.

 Pero esta condición no continuará para siempre. Dios finalmente encontrará a alguien que sea capaz de permanecer en la brecha y la repare. Serán llamados “reparadores de brecha, restauradores de sendas para andar en ellas”. Ellos “guardarán los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”. Llamarán el Sábado de “delicia, el santo del Señor, honorable”. Y la hendidura será reparada, la brecha será cerrada. El pueblo de Dios estará nuevamente adentro de las murallas protectoras de Su santa ley, y los transgresores afuera.

Existe apenas un camino para entrar. Y es a través de la puerta, Jesucristo. Nadie más que los convertidos pueden entrar. Solamente aquellos llamados santos son admitidos. Los demás tienen que permanecer afuera.

 ¿Qué hacen estos otros? Construyen otra muralla, una “muralla más delgada”, tal como se puede leer al margen de Eze. 13:10. Esta muralla la recubren con lodo suelto, para que se vea mejor. Lodo suelto es un lodo que no ha sido correctamente preparado, y que no soportará las pruebas cuando venga la tormenta. Entonces, estos sacerdotes que violan la ley y ocultan sus ojos del Sábado están construyendo otra muralla, realmente solo un tabique, pero ellos la recubren con lodo suelto, de tal manera que el incauto será engañado y pensará que eso es lo verdadero. No se necesita una gran imaginación para entender lo que es esta muralla. Es la ley espuria que los hombres tratan de substituir por la ley de Dios, mandándoles a los hombres que la guarden, pero no es el Sábado del Señor, el séptimo día, sino que el domingo, el falso sábado creado por los hombres. El lodo suelto es el argumento falaz de la santidad del domingo, la cual no soportará la prueba a la cual será sometida.
 
¿Qué le sucederá a esta muralla que ha sido construida así? Dejemos que Dios hable: "Di a los cubridores con lodo suelto, que caerá. Vendrá lluvia torrencial, enviaré granizo que la haga caer, y viento tempestuoso la romperá. Y cuando la pared haya caído, os dirán: ¿Dónde está el revoque con que la cubristeis? Por tanto, así dice el Señor, el Eterno: Haré que la rompa viento tempestuoso con mi ira, lluvia torrencial vendrá con mi furor, y granizo con enojo para consumirla. Así desbarataré la pared que cubristeis con lodo suelto, y la echaré por tierra. Será descubierto su cimiento, caerá, y seréis consumidos en medio de ella. Y sabréis que Yo Soy el Eterno. Así cumpliré mi enojo en la pared y en los que la cubrieron, y os diré: '¡Ya no existe la pared, ni los que la cubrieron!'. Ya no existen esos profetas de Israel que profetizan a Jerusalén visión de paz, cuando no había paz", dice el Señor, el Eterno”. Eze. 13:11-16.
 
Esto es lo que Dios hará con la pared que los hombres construyen: “Yo derribaré la pared”; “Yo... la derribaré con un viento tempestuoso, y seréis consumidos en medio de ella”; Yo “cumpliré Mi ira sobre ella, y sobre aquellos que la han recubierto con lodo suelto”. Finalmente “la muralla no existe más, ni tampoco los que la recubrieron”.
 
Estos versos retratan los sentimientos de Dios contra aquellos que tratan de hacer una substitución de la ley de Dios. Dios es celoso de Su Sábado. Él quiere que los hombres lo honren. Él trata que los hombres reparen la hendidura y permanezcan en ella, pero entre los sacerdotes Él no encuentra ninguno. En vez de ayudar a reparar la brecha, ellos tratan de construir otra muralla. Esto levanta la ira de Dios. La tormenta viene, y la muralla cae. Se veía bonita; estaba toda recubierta de lodo suelto; pero no pudo soportar la tempestad. El fin fue una completa destrucción.

 

Dos Grupos

 

 ¡Cuán verdadero en relación a los hechos es el cuadro profético de lo que está sucediendo en el mundo hoy! Los hombres han rechazado el Sábado del Señor y lo han substituido por un sábado espurio. Esto lo han hecho con diversas especies de argumentos para que parezca substancial y bueno, pero sin un aval. Al final, todo se derrumbará, y los que han hecho la substitución se derrumbarán juntamente con todo este sistema.

 Al otro lado está el pueblo de Dios. Ellos están restaurando los antiguos caminos, están reparando las brechas, se están poniendo donde el muro ha sido roto. Se regocijan en el Sábado, guardan los mandamientos, y los llevan hasta el fin. Son los verdaderos santos de Dios.

 Los hombres están ahora decidiendo a qué grupo van a unirse. Por un lado hay un grupo pequeño que está reparando la brecha en la antigua muralla y restaurando la inscripción en ella. Por otro lado hay un grupo mucho más grande que están confiando en una endeble partición que se tambalea en el viento, esperando que los proteja de la tormenta que luego vendrá. Desde el punto de vista ventajoso de la Palabra de Dios, nosotros sabemos el desenlace. El grupo pequeño “cabalgará sobre los lugares más altos de la tierra”; el grupo más grande será destruido cuando venga el azote. Isa. 58:14; Eze. 13:13-14.

 Nuestras consideraciones nos han llevado a la creencia de que habrá una gran y amplia reforma del Sábado, antes que el aparezca en las nubes del cielo. así es como debiera ser, y está en armonía con el plan general de Dios para trabajar. Muy pocas veces Dios interfiere inmediatamente en los planes de los hombres. Se les da tiempo para que desarrollen sus ideas, para que los resultados puedan aparecer. Nosotros creemos, sin embargo, que ahora ha llegado el tiempo para que Dios intervenga. “Es tiempo para que Tú, Señor, obres; porque han hecho nula Tú ley”. Salmo 119:126.

 A medida que miramos a nuestro alrededor en el mundo hoy, encontramos definidas indicaciones de que Dios está haciendo el trabajo descrito por la profecía. Por toda la tierra los hombres y las mujeres están llamando la atención a los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. A pesar de la oposición y de la penuria, miles y miles se están reuniendo todos los años a las filas de aquellos que en toda la humanidad siguen los pasos del Maestro. Ellos no poseen una sabiduría especial o alguna influencia, pero a través de ellos Dios ha hecho y está haciendo una obra que es maravillosa entre ellos. En cada país podemos encontrarlos. Sus misiones se encuentran en el helado Norte y en las calientes arenas. La sequía, la depresión, y las penurias no son obstáculos. Su trabajo continua avanzando. Unos cien mil jóvenes están en sus colegios, preparándose para ir a los lugares que queden vacantes por los obreros más antiguos, y para llevar adelante la obra a una victoria aun mayor. Nada puede detener este movimiento. Posee el sello de la aprobación de Dios. Triunfará.

 

La Fe de Jesús

 

Los santos mencionados en Apoc. 14:12 no solo guardan los mandamientos de Dios, sino que también poseen la fe de Jesús. Unas pocas palabras relacionadas con esto no estarán fuera de contexto.

 La declaración de que los santos guardan la fe de Jesús tal vez que daría mejor si fuese “la fe en Jesús”, tal como lo expresa el Griego, o tal vez aun podría significar la fe enseñada por Jesús. Para este propósito presente mantendremos la lectura “la fe de Jesús”, teniendo en mente que incluye tanto la fe en Jesús y también la fe enseñada por Él.

 El hecho de que la declaración diga que los santos guardan los mandamientos de Dios y también la fe de Jesús, muestra que no se refiere a la antigua dispensación. Los santos son cristianos del Nuevo Testamento. Ellos guardan la fe de Jesús; ellos siguen al Cordero dondequiera que Él vaya.

 En un tiempo de duda e incredulidad es bueno guardar la fe. Algunos han perdido la fe en casi todo. Y no sin razón. Ellos tenían fe en los bancos. Estos fallaron. Algunos tenían fe en los gobiernos. Estos fallaron. Algunos tenían fe en la iglesia. Ella también ha fallado. Algunos tenían fe en sus propio poder como para salir adelante en cualquier problema. Eso también falló. En todas partes encontramos fallas. Los hombres han perdido la fe en la humanidad, en el orden procesado en la naturaleza, en ellos mismos, en Dios. “Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe en la tierra?”. Luc. 18:8. A esta pregunta, la respuesta es que encontrará fe. Hay algunos que guardan su fe en Jesús.

 ¿No tienen todos los cristianos fe en Jesús? No, no la tienen, si por cristianos entendemos aquellos que son miembros de la iglesia. ¿Qué quiere decir tener fe en Jesús? Significa lo mismo que cuando decimos que tenemos fe en cierta persona; esto es, confiamos en él y creemos en su palabra. Descansamos en su promesa; aceptamos sus declaraciones como verdaderas. ¿No tienen todos los cristianos una fe así en Cristo? No, no la tienen. Escuchen la queja de Jesús: “¿Por qué me llamáis, Señor. Señor, y no hacéis las cosas que Yo os digo?”. Luc. 6:46. No tiene ningún sentido pretender tener una gran fe en Dios, y no hacer las cosas que Él nos manda hacer. Fe y obediencia están íntimamente relacionadas, tan cerca que no pueden ser separadas.

 La declaración cristiana, tal como es citada por Lucas, golpea la misma raíz de un importante principio en la religión cristiana. Cristo dice, en efecto: ¿De qué sirve tomar Mi nombre, de llamaros cristianos, si no hacéis lo que Yo os digo? Existen mucho hoy en día que dicen, Señor, Señor, pero no hacen nada. Cristo levantó la cuestión del valor de una profesión sin que hayan obras correspondientes.

 No creemos que este “hacer” se refiera a algo en especial. Más bien, se refiere a todas nuestros deberes cristianos. Golpea particularmente en aquello que niega que haya alguna virtud en hacer cualquier cosa; aquel que levanta sus manos horrorizado cuando se sugiere que los mandamientos de Dios son una guía para los deberes de la vida, y que deben ser guardados. Esta actitud es común entre algunos aparentemente devotos, pero mal guiados. El último capítulo del último capítulo de la Biblia contiene esta amonestación: “Benditos son aquellos que guardan (hacen) Sus mandamientos, para que puedan tener derecho al árbol de la vida, y puedan entrar por las puertas dentro de la ciudad”. Apoc. 22:14.

 La fe no es inconsistente con las obras. Más bien, hacer es una parte de la fe, porque es a través del hacer que mostramos nuestra fe. Es a esto que Cristo se refiere cuando cuestiona la fe de aquellos que Lo llaman “Señor, Señor”, pero no hacen. “La fe sin las obras está muerta”, dice Santiago.

 Los santos poseen “la fe de Jesús”; esa es la clase de fe que Él tuvo, la fe que Él enseñó. No puede haber una fe mejor que esa. Si se nos preguntara para que diésemos una regla segura y certera de fe y práctica, no podríamos dar una respuesta mejor que esta: “Sigan las pisadas del Maestro; acepten y guarden el tipo de fe que Él tenía”.

 Si miramos nuevamente a las cuatro cosas que son mencionadas en Apoc. 14:12, vemos claramente lo que Dios espera de Su pueblo en estos últimos días, y también la posibilidad de alcanzar lo que Dios demanda. El texto dice: “Aquí está la paciencia de los santos; aquí están aquellos que guardan los mandamientos de Dios, y la fe de Jesús”. Las cuatro cosas que caracterizan al verdadero pueblo de Dios son: primero, ellos poseen paciencia, ellos soportan, son perseverantes; segundo, son santos, santificados, santos consagrados; tercero, guardan los mandamientos, lo cual significa que guardan todos los diez, incluyendo el cuarto, el mandamiento del Sábado; cuarto, poseen la fe de Jesús; esto es, ellos creen en Él, Lo siguen, no dicen apenas, “Señor, Señor”, sino que hacen lo que Él dice.

 Esto describe a los santos de Dios, los cuales constituirán el último pueblo sobre la tierra, el remanente, aquellos que viven justo antes de la venida del Hijo del hombre en las nubes del cielo. las palabras del texto responden a la pregunta que hay en las mentes de algunos en relación a que si es realmente posible guardar la ley de Dios.
 
Algunos afirman confidencialmente que eso no es posible. Uno siempre puede escuchar las desafiadoras objeciones: Es imposible guardar la ley de Dios. Muéstreme un hombre que alguna vez lo haya conseguido. Usted dice que eso es posible. ¿Dónde están los que lo han conseguido? La respuesta viene sonando claramente: “Aquí están aquellos que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”.

 Dios conoce a aquellos que le pertenecen. Ellos poseen el nombre de Dios en sus frentes; son sellados con el sello de Dios. Ellos siguen al Cordero; guardan los mandamientos. Sería bueno para todos que revisasen sus vidas conforme a los requerimientos de Dios, y que estén seguros de que están siguiendo las demandas de Dios para este tiempo.

 



 
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