Biblia Adventista - Biblia de Estudio
  El Sábado en el Sinaí
 
El Sábado en el Sinaí
M.L.Andreasen

 

El Sábado en el Sinaí

 Génesis, el primer libro de la Biblia, es un relato condensado de los primeros 2.500 años de la historia de esta tierra, aproximadamente la mitad de todo lo que se ha conseguido registrar. Incluye grandes hechos como la creación, el paraíso, Adán y Eva, Satanás, la caída, el Diluvio, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, José, los siete años de hambre y la ida de Israel a Egipto. Génesis no es un libro de la ley, o un compendio de teología, o un tratado científico, sino que un simple registro de lo que ocurrió en el comienzo de la historia terrestre.
 
Los oponentes del Sábado apuntan con aparente satisfacción el hecho de que el Sábado no es mencionado en el Génesis después de que Dios lo instituyó en el comienzo. Si el Sábado es tan importante como parece, dicen ellos, debiera habérsele dado un lugar prominente en el relato de aquellos tiempos.
 
Este razonamiento, sin embargo, no es ni sano ni seguro. Vimos anteriormente que Génesis no es un libro sobre la ley o un código de ética. Posee un propósito completamente diferente. En él no hay un mandamiento sobre el Sábado, ni tampoco se encuentra en él ninguno de los otros mandamientos. El Génesis no es un libro de mandamientos, tal como lo es el siguiente libro, Exodo. Bajo este raciocinio Caín hubiese podido desafiar exitosamente a Dios para que le mostrase el mandamiento que dice: “No matarás”. No existe ese mandamiento registrado en Génesis; pero sería precario afirmar, con esta base, que ese mandamiento no existía. Sería lo mismo que afirmar que ya que no aparece ningún registro diciendo que Dios alguna vez le haya prohibido a Adán y Eva adorar otros dioses, pudiesen ellos estar en libertad para hacer imágenes e inclinarse delante de ellas; o, ya que no aparece ningún mandamiento en el Génesis prohibiendo el adulterio, que José no habría pecado si hubiese cedido a la tentación. El Génesis es un relato condensado de un largo periodo de tiempo, y no podemos esperar que contenga todo aquello que los eruditos reclaman. Debiéramos observar, sin embargo, que el Sábado está en un lugar bien prominente en este libro. El Génesis registra la institución y la observancia del Sábado por el propio Creador. En esto él mantiene la preeminencia sobre todos los demás mandamientos. Creo que sería bastante difícil que se le haya dado más importancia que la que ya se le dio.

 

Moisés y Aarón

 

 El libro de Éxodo inicia con el relato de Israel estando en una esclavitud en Egipto. Cuando ellos fueron por primera vez a Egipto, Israel había sido favorecido por el rey. Pero muy luego surgió un nuevo rey, el cual no conocía a José, y cuando los hijos de Israel se multiplicaron a tal punto que se convirtieron en una amenaza política, fueron colocados bajo restricción y severa esclavitud. Al sentir su problema, clamaron al Señor, y Moisés fue enviado para liberarlos.
 
Cuando era un bebé Moisés había sido rescatado por la hija del Faraón, y había sido traído a la corte real. Ahí él fue educado con toda la sabiduría de los egipcios, pero él continuó fiel a la fe de sus padres. Cuando en cierta ocasión él vio que se cometía injusticia a un israelita, él rápidamente mató al egipcio que estaba cometiendo esa falta. A causa de esto fue compelido a huir de Egipto, y gastó 40 años en el desierto pastoreando ovejas.

 Fue en el desierto que le vino el llamado para que volviese a Egipto y liberase a su pueblo. Él se sintió despreparado para la tarea, pero Dios le dio un ayudante en Aarón, su hermano. Juntos fueron hasta el faraón, pidiéndole que liberase a Israel y los dejara ir. El Faraón quedó abismado con su audacia, y dijo: “¿Quién es el Señor, para que yo le obedezca su voz y deje ir a Israel? No conozco al Señor, ni tampoco dejaré ir a Israel”. Exo. 5:2.
 
Durante su estada en Egipto Israel había negligenciado las ordenanzas del Señor, y su adoración había decaído. Moisés y Aarón estaban preocupados en relación a esto, y le dijeron al Faraón: “Así dice el Señor... Deja ir a Mi pueblo, para que ellos puedan celebrar una fiesta para Mi en el desierto... Déjalo ir, te suplicamos, a tres días de viaje en el desierto, para que sacrifiquen ante el Señor nuestro Dios”. Exo. 5:1-3.
 
Esto era antes que la ley fuese dada en el Sinaí, y antes que ninguna fiesta hubiese sido dada por Dios para que fuese observada como haciendo parte del servicio ceremonial del santuario. La Pascua aun no había sido instituida, ni tampoco cualquier otra fiesta sagrada, con excepción hecha del Sábado, séptimo día de la semana. No sabemos qué tipo de festival tenía Moisés en mente cuando le pidió que le diese permiso al pueblo para ir a tres días hacia el desierto para “celebrar una fiesta... en el desierto... para que sacrifiquemos ante el Señor nuestro Dios”. ¿Era el Sábado, séptimo día de la semana, que Israel había negligenciado, y que Moisés estaba tratando de restaurar? No se nos informa nada, pero existen algunas alusiones significativas, las cuales hacen con que esto sea no solamente posible, sino que probable.
 
El Faraón se quejó ante Moisés: “Podéis descansar de vuestras cargas”, puede ser considerada una correcta traducción, pero no provee el significado especial que tiene en Hebreo, el cual quedaría mejor traducido si dijera: “Ustedes pueden Sabatizar”. La palabra que se usa en Hebreo es shabbathon, una alusión definida al Sábado. El escritor de Exodo pudo haber usado otra palabra para expresar descanso, si así lo hubiese querido, una palabra que no hubiese levantado la cuestión de  la guarda del Sábado. Que haya escogido esta palabra en particular, es muy significativo.
 
Cuando Israel estaba en Egipto, el único Sábado en existencia era el séptimo día de la semana, instituido en la creación. No había ninguna otra fiesta, ni siquiera la Pascua. Cuando el faraón, por lo tanto, se quejó ante Moisés y Aarón diciéndoles que el pueblo “sabatizaba”, la preponderancia de la evidencia favorece el Sábado.

De acuerdo con esto, está la otra queja que decía que “Moisés y Aarón hacen con que el pueblo no trabaje”. “Hacer” significa aquí esconder, hacer cesar el trabajo. Esto indica que el Faraón tenía a Moisés y a Aarón como responsables porque el pueblo no trabajase; esto es, porque el pueblo estuviese “sabatizando”. “Estáis ociosos, estáis ociosos”, dijo el Faraón; “por eso es que decís, déjanos ir para que hagamos un sacrificio al Señor”. Exo. 5:17. Aun cuando no contenderemos en relación a que la evidencia aquí presentada sea definitiva, creemos que el hecho de que no existiese ningún otro Sábado ni ninguna fiesta en aquel tiempo, favorece el punto de vista de que se trataba del séptimo día de la semana, del Sábado.

 

El Sábado antes del Sinaí

 

 Aun cuando el Faraón al principio declinó en dejar ir a Israel, él consintió en hacerlo cuando las plagas fueron aumentando más severamente. Con un brazo poderoso y extendido Dios liberó a su pueblo de Egipto y los llevó al desierto. En honor de su liberación, ellos cantaron el canto de la gloriosa victoria, registrado en el capítulo 15 de Exodo. Fue solamente a través de la misericordia de Dios que ellos habían sido salvos del poderoso ejército del Faraón. A Él le rindieron alabanzas.
 
Habiéndolos sacado de Egipto, ahora Dios les dijo cuáles eran las condiciones para que Él los continuara protegiendo. Dijo Dios: “Si oyereis atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hiciereis lo recto delante de sus ojos, y diereis oído a sus mandamientos, y guardareis todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador”. Exo. 15:26.

 Esta es una promesa muy linda que se les dio a ellos, bajo la condición de que ellos “diesen oídos a Sus mandamientos y que guardasen todos Sus estatutos”.

 El pan que el pueblo había traído consigo desde Egipto, no duró muchos días, y muy luego comenzaron a tener hambre y comenzaron a murmurar. “Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud”. Exo. 16:3.
 
El Señor respondió rápidamente: “He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe, si anda en mi ley o no”. Exo. 16:4.
 
Esto fue antes que la ley hubiese sido proclamada en el Sinaí. Dios iba a hacer de Israel Su pueblo peculiar, pero antes que lo hiciese, Él quería “probarlos para ver si andan en Mi ley o no”.
 Moisés llamó ahora al pueblo para que se reuniese y los instruyera. “Esto es lo que ha dicho Jehová: Mañana es el santo Sábado, el reposo consagrado a Jehová; lo que habéis de cocer, cocedlo hoy, y lo que habéis de cocinar, cocinadlo; y todo lo que os sobrare, guardadlo para mañana”. Exo. 16:23.
 
Esta instrucción estaba relacionada con la preparación del Sábado. El viernes debían cocinar su pan y sus alimentos, tanto para aquel día como para el Sábado. Cada día podían recoger el maná, pero el viernes tenían que recoger una porción doble, porque Moisés les había anunciado que no caería ningún maná durante el Sábado. El viernes tenían que cocinar todos sus alimentos, y el Sábado tenían que comer aquello que habían preparado.

 El Sábado Moisés les dijo: “Comedlo hoy, porque hoy es Sábado para Jehová; hoy no hallaréis en el campo”. Exo. 16:25.
 A despecho de todo lo que Dios había dicho, “aconteció que algunos del pueblo salieron el día Sábado a recoger, y no hallaron”. Exo. 16:27.

 Ellos habían recibido instrucciones precisas. No podía haber malos entendidos. Ellos sabían exactamente lo que tenían que hacer y lo que se esperaba de ellos; a pesar de ello “salieron... el Sábado para cogerlo”. “Y Jehová le dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo no querréis guardar mis mandamientos y mis leyes? Mirad que Jehová os dio el Sábado, y por eso en el sexto día os da pan para dos días. Estése, pues, cada uno en su lugar, y nadie salga de él en el séptimo día. Exo. 16:28-30.
 
Este hecho es iluminador. El pueblo había salido recién de Egipto, y muchas de las costumbres y tradiciones de Egipto, aun les estaban sonando en los oídos. A la menor provocación estaban listos para murmurar contra Dios y para volverse a sus ídolos. Estaban muy lejos de ser lo que Dios quería que fuesen. Antes que pudiera aceptarlos y hacer de ellos una gran nación, tuvo que enseñarles Sus estatutos y probarlos, para que así pudiese saber si iban a caminar en Su ley o no.

 

El Sábado no es una Nueva Institución

 

 El Sábado no es presentado aquí como una nueva institución, que estuviese ahora siendo presentada por primera vez. En vez de eso, aparece como algo bien conocido. Ni tampoco es la ley algo nuevo para ellos. Dios les habla familiarmente en relación a la ley, y les promete libertad de las enfermedades si le diesen “oídos a Sus mandamientos, y guardasen todos Sus estatutos”. Exo. 15:26.

 Esta fraseología es prácticamente la misma que aquella usada con Abraham muchos años antes: “Abraham obedeció mi voz, y guardó mis preceptos, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes”. Gen. 26:5.

 De esto podemos reconocer que los mandamientos de Dios, los estatutos y las leyes le eran conocidas a Abraham, que él las guardaba, y que él se las enseñaba a sus hijos para que también las guarden. Gen. 18:19.

 Isaac y Jacob eran su hijo y su nieto, siendo respectivamente de 75 y 15 años a la muerte de Abraham. Fue Jacob el que posteriormente fue a Egipto. Por lo tanto se nos garantiza que los hijos de Israel en Egipto, conocían las leyes de Dios y Sus estatutos, y que cuando les habló familiarmente para que guardasen Sus mandamientos, ellos sabían exactamente lo que Él estaba queriendo decir.
 
Aquellos que afirman que la ley de Dios y el Sábado no eran conocidos antes de Moisés y el Sinaí, no están bien informados. Abraham conocía los mandamientos de Dios, sus estatutos, sus leyes, y él se los enseñó a su descendencia. El propio Dios observó el Sábado del séptimo día en el Jardín del Edén; de tal manera que Adán y Eva estaban acostumbrados con el Sábado. De Caín y Abel se declara que “al final de los días” ellos fueron a adorar ante el Señor, trayendo sus ofrendas. Gen. 4:3, margen.

 La frase, “al final de los días”, la cual es la traducción correcta del hebraico, es una frase interesante, y levanta naturalmente la pregunta: ¿El final de qué días? Solo puede haber un “final de días” desde que exista una serie de días envueltos, teniendo un comienzo y un fin.
 
Cuando Dios trabajó seis días y descansó el séptimo, cuando le dijo al hombre que trabajara los próximos seis días y que descansara el séptimo, Él creó una semana de siete días, y el término de la semana vio “el fin de los días”. Sin el Sábado no habría un punto de término; pero cuando fue instituido el Sábado, fue creado un “fin de los días”, y cuando los hombres llegaron al séptimo, comenzarían a contar nuevamente. El propio Dios estableció esta división.

 Cuando Caín y Abel, por lo tanto, vinieron para traerle sus ofrendas a Dios “al final de los días”, ellos vinieron a adorar en el Sábado. Se puede presumir que Abel deseara adorar, porque él era un seguidor de Dios; pero lo mismo no puede decirse de Caín. Pero él también adoró, y al mismo tiempo en que Abel adoró. Esto nos lleva a creer que había un tiempo determinado parea adorar, y que no era una mera coincidencia que hubiesen llegado allí al mismo tiempo. En cualquier evento ellos fueron a adorar juntos, y esto era “al final de los días”. Los comentaristas normalmente coinciden que esto puede referirse solamente al Sábado. Nosotros creemos que ellos están en lo correcto.
 
Adán y Eva tuvieron el ejemplo de Dios para la guarda del Sábado. Caín y Abel adoraron “al final de los días”. Abraham conocía los mandamientos de Dios, sus estatutos y leyes, y los guardaba, y se los enseñaba a sus hijos para que los guardasen. Y ahora Dios decidió probar a Israel para ver si guardaría Su ley o no.

 Israel estaba en el desierto, donde no había ninguna oportunidad de cultivar la tierra o de tener grandes cabezas de ganados, como las habían tenido en Egipto. A menos que les fuese provisto alimentos de alguna manera sobrenatural, ellos habrían muerto de hambre. Por lo tanto, Dios se propuso alimentarlos con pan del cielo, mientras que al mismo tiempo les dio una lección objetiva para la guarda del Sábado.

 Dios hizo con que el maná cayese seis días de cada semana. No existe ninguna razón para que Dios no hubiese hecho llover el maná durante todos los días, si así lo hubiese deseado, o a cada tres días, o solamente un día en la semana, o durante siete días a la semana. Pero Dios escogió que el maná cayese durante seis días, y que en el séptimo día no cayese nada. Para compensar esta falta, Él hizo caer el doble durante el sexto día, de la cantidad que caía normalmente durante los otros días, de tal manera que hubiese lo suficiente para todas las necesidades durante los siete días. Esto sería una manera eficiente para enseñarle a Israel dos cosas importantes: trabajar seis días a la semana y descansar el séptimo.

 Pero Dios hizo más que esto. Él condujo las cosas de tal manera, que el maná se mantendría apenas un día, y después de eso se echaría a perder. Eso haría con que las personas tuviesen que recogerlo todos los días; esto es, trabajar durante seis días. Dios también podría haber hecho las cosas de tal manera que el maná durase dos días, o siete días, o cualquier otra cantidad de días. Cuando Él hizo que durase apenas un día, lo hizo con un propósito, tal como ya se ha dicho.

 ¿Pero qué pasaba durante el Sábado, cuando no caía el maná? Esto haría con que el Sábado permaneciese separado de los otros días. ¿Podría Él haber hecho algo más impresionante para las mentes del pueblo a respecto de la santidad del Sábado? Si, si Dios hubiese preservado milagrosamente el maná para que no se echara a perder durante el Sábado, eso habría sido una lección adicional para ellos a respecto de la guarda del Sábado. Y así Dios decidió que el maná durase apenas un día durante la semana, pero durante el Sábado Él lo mantuvo de tal manera que no se agusanaba. La primera era una lección para que trabajasen durante seis días; la segunda era una lección para que guardasen el Sábado en forma santa.

 La caída del maná tenía por lo tanto un propósito mayor que el apenas alimentar el pueblo. Eso podría haber sido hecho de otras maneras. Era más bien una lección nacional sobre la guarda del Sábado relacionada con el séptimo día. Si esta lección hubiese sido dada una vez, habría tenido un tremendo significado en relación con la estimación que Dios posee del Sábado. Si hubiese sido repetida dos veces, no habría habido ninguna duda en relación a la intención que Dios tenía. Si hubiese sido repetida todas las semanas durante un año, todos habrían sabido que Dios quería impresionarlos con la lección del Sábado sobre Israel, de una forma tan profunda y plena, que nunca lo habrían olvidado. Qué podemos decir, entonces, cuando esta lección fue repetida no solo una vez, o dos veces, o diez veces, sino que más de dos mil veces; esto es, ¡52 veces en el año, durante 40 años! Si Israel no aprendió la lección durante todo ese tiempo, no había ninguna razón para continuar enseñándosela.
 
La lección del maná debía ser siempre mantenida en la mente, por lo cual Dios ordenó que un pote con maná fuese colocado en el arca donde se guardaban los diez mandamientos, para que fuese un perpetuo recordatorio del Sábado y del poder sustentador de Dios. Ver Exo. 16:32-36. Este maná no se echó a perder. Debía mantenerse durante “generaciones”. Era un recuerdo del cuidado de Dios y apuntaba directamente al mandamiento del Sábado. La verdadera intención del milagro del maná no era la alimentación del pueblo. Eso era apenas incidental. El propósito principal de Dios era la guarda del Sábado por parte de Israel. Él los estaba probando. Él los estaba preparando para entrar en una relación de pacto con Él.

 

El Sábado en el Sinaí

 

 Al tercer mes después de haber partido de Egipto, el pueblo de Israel llegó al desierto del Sinaí. Nunca había visto un pueblo el poder de Dios manifestado de una manera tan notable, como lo fue ante el pueblo de Israel durante esos dos meses. Ahora iban a presenciar el clímax. Dios los había ayudado en una forma maravillosa en Egipto. Mientras miles de egipcios habían sido golpeados duramente con las plagas, y diez mil habían caído a su mano derecha, las plagas no los habían tocado. Su liberación había sido maravillosa en el Mar Rojo, arrancándoselos de las manos al ejército de Faraón, y aun más maravillosa fue la liberación de pasar hambre, al hacerles llover pan del cielo. cuando estaban sedientos, Dios hizo con que las aguas amargas de Mara fuesen endulzadas; y cuando Amalec los atacó, Dios desbarató al enemigo, e Israel obtuvo una gloriosa victoria. No les faltó nada, y su experiencia los llevaría a creer que cualquier cosa que les deparase el futuro, estarían seguros si tan solo siguieran al Señor. Dios les había dado las condiciones bajo las cuales ellos podían esperar Su ayuda; Él los había advertido a “prestar oídos a Sus mandamientos, y a guardar todos Sus estatutos”, y Él les prometió que si así lo hacían, Él los guiaría y los protegería. Les llamó la atención en forma particular hacia el Sábado; y para ayudarlos a tener esto siempre en mente, semanalmente, ante sus propios ojos, hizo milagros, de manera que solo el más obstinado podría transgredir el sagrado mandamiento.

 A esta altura Israel entendió muy bien lo que se requería de ellos. La pregunta que aun quedaba en el aire era si Israel iba a aceptar las condiciones dejadas por Dios, para que pudiese mantenerse su continua presencia y bendiciones. Dios trató de hacerlos Su propio pueblo. Él podría haber continuado obrando maravillosamente a favor de ellos, si hubiesen querido colaborar con Él. Pero Él no los forzaría a hacer Su voluntad. Él tenía una obra que hacer en la tierra, y Él convidó a Israel a compartir con Él la tarea de llenar la tierra con el conocimiento y con la gloria de Dios.
 
Para llevar a cabo este objetivo, Dios llamó a Moisés al monte y le pidió que le comunicara a Israel Su deseo. “Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águila, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y una nación santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel”. Exo. 19:3-6.
 
De acuerdo con esto, Moisés llamó a los ancianos del pueblo “y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado. Y todo el pueblo respondió a una y dijeron: todo lo que el Señor ha dicho, haremos. Y Moisés le dijo al Señor lo que el pueblo había dicho. Y el Señor le dijo a Moisés: he aquí que yo vengo a ti en una nube espesa, para que el pueblo oiga mientras yo hablo contigo, y también para que te crean para siempre. Y Moisés le refirió las palabras del pueblo al Señor”. Exo. 19:7-9.
 
Dios le pidió ahora a Moisés que el pueblo se preparase para que pudiesen entrar en el pacto con Él, porque tenían que estar “preparados para el día tercero, porque el tercer día el Señor descenderá a ojos de todo el pueblo sobre el monte Sinaí”. Exo. 19:11.

 Moisés le comunicó las palabras de Dios al pueblo, y en el tercer día todos se reunieron ante el monte para escuchar las condiciones del pacto anunciado.
 
Se debe recordar que Israel ya había presenciado el poderoso poder del Señor de diversas maneras. Pero a pesar de todo esto, no habían tendido un completo entendimiento de la santidad y de la majestad de Dios, o de su relación con Él. Es verdad que Dios los había ayudado a derrotar a Amalec, había destruido al faraón y a su ejército, y había azotado a los egipcios con las plagas. Y había protegido lo que era suyo. Las plagas no llegaron cerca del pueblo; ellos habían murmurado cuando no había agua, pero no había venido ningún castigo debido a sus murmuraciones. Cuando se quejaron debido a la falta de alimentos, Dios les proveyó el maná; y nuevamente no hubo ningún castigo. Podrían haber fácilmente llegado a la conclusión de que mientras otros pueblos serían castigados, Israel no lo sería; otros pueblos pueden enfermarse, pero ellos no. Eran de propiedad del Señor; podían hacer lo que quisieran, y nada les ocurriría.

 Israel había entendido mal la bondad del Señor, y era necesario corregirlos. Aun cuando eran o irían a ser el pueblo de Dios, lo serían solamente bajo la condición de obediencia. Ellos necesitaban aprender que si desobedecían, no serían mejores que otras naciones, las cuales el Señor había destruido, debido a su maldad. Dios tenía que darle a Israel una demostración de Su santidad, una demostración que nunca olvidarían. Ellos habían visto lo que el Señor le había hecho a las otras naciones. Ahora tenía que mostrarles que Dios no hace acepción de personas; ellos tenían que ser impresionados con la majestad de la ley, la cual iba a ser proclamada; y la demostración tenía que ser tal, que llegarían a sentir miedo de transgredir los mandamientos de Dios. Ellos necesitaban mucho recibir esa lección.

 En el tiempo adecuado, Israel fue reunido alrededor del monte, el cual estaba protegido, de tal manera que ningún animal ni ningún hombre fuese a entrar hacia el terreno santo. “Todo el monte Sinaí humeaba, porque el Señor había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera. Y cuando la voz de la trompeta tocaba largamente, y aumentaba cada vez más su sonido, Moisés hablaba, y Dios le respondía con una voz”. Exo. 19:18-19.

 Entonces Dios descendió sobre el monte Sinaí y les dio los diez mandamientos, tal como está registrado en Exodo 20. Ni siquiera Moisés se vio libre de sentirse impresionado con la gloria. El escritor de Hebreos observa que “tan terrible era la visión, que Moisés dijo, estoy espantado y temblando”. Heb. 12:21.

 La demostración de severidad y de poder que Dios demostró en el monte Sinaí no es Su manera habitual de trabajar. Dios no es normalmente severo, ni tampoco hace un show de su poder. En vez de eso, Él se delicia en hacer su trabajo en una forma tranquila, casi siempre en una forma desapercibida, tal como queda evidente en las silenciosas fuerzas del universo. Pero a veces es necesaria una demostración. Algunas personas y algunas circunstancias lo demandan. Así como hay niños y personas adultas cuyo respeto se consigo solamente con una demostración de fuerza física, así también hay naciones y personas que no consiguen aprender de otra manera. E Israel necesitaba esta lección. Y así Dios se las dio. La misma lección es necesaria para muchos hoy en día.
 
Dios habría guiado a Su pueblo alegremente. Una muestra en relación a Su voluntad habría sido suficiente, y es suficiente, para el cristiano deseoso de hacer Su voluntad. A Dios no le gusta usar ni el dominio ni la vara, pero a veces eso es necesario. A Dios le gusta mucho más hablar con una voz mansa y suave; le gusta mucho más susurrarnos algo que hacernos tronar el oído. Pero en cualquier caso Él quiere que aprendamos la lección. “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos, la voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: aun una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo”. Heb. 12:25-26.

 

El Mandamiento del Sábado

 

 En la ley proclamada en el Sinaí, el mandamiento del Sábado resalta grandemente. Antes de esto Dios le había dado a Israel una demostración visual de Su gran cuidado para con el Sábado. De hecho, la misma semana en que fue anunciado el mandamiento desde el monte Sinaí, el maná cayó copiosamente al sexto día, y durante el Sábado no cayó nada, siendo esto un recordativo por parte de Dios del deseo de descansar durante ese día. De todos los mandamientos, este fue el único que fue enfatizado; porque el Sábado era el día en que Israel tendría tiempo para enseñarle a sus hijos en los caminos de Dios. Si este día no era observado, todos los mandamientos serían negligenciados. La guarda de este mandamiento afectaría la guarda de todos los demás. Era el único mandamiento que proveía tiempo para la contemplación de Dios y de Sus obras.

No hay nada en la proclamación de la ley en el Sinaí que lo hiciese a uno sentir que la guarda de los mandamientos, ninguno de ellos, fuese algo opcional. El mundo nunca ha testimoniado una demostración como aquella, y nunca testimoniará otra igual, hasta que los hombres vean al Hijo del hombre viniendo en las nubes del cielo. El propio Dios no pudo hacer más enfática aquella inclusión en el pacto y el favor de Dios dependía de la fidelidad a los términos anunciados.
 
Surge ahora una pregunta que merece nuestra consideración: ¿Los diez mandamientos fueron hechos para que se aplicasen a todo el mundo, o deben aplicarse solamente a Israel, y los cristianos no tienen ninguna relación con ellos? Esta es una pregunta importante. Existen pocos comentarios con respecto a los nueve mandamientos; de tal manera que la pregunta se relaciona apenas con el cuarto mandamiento. ¿Los cristianos deben guardar el cuarto mandamiento?

 Aun cuando esta pregunta será analizada más completamente cuando consideremos los aspectos del Nuevo Testamento sobre el Sábado, podría ser bueno ahora hacer algunas observaciones generales sobre la ley.
 
Los diez mandamientos poseen todas las características de una ley universal. De hecho, dudamos que la pregunta acerca de su universalidad pudiese ser alguna vez levantada, si no fuese por el cuarto mandamiento. Todos concuerdan que los mandamientos que tienen que ver con robar, jurar, matar, codiciar y adorar a Dios no se aplican solamente a algunas personas, sino que a todas las clases y naciones de hombres. Su aplicación universal es admitida; y no nos sentiríamos bajo ninguna obligación para convencer a un hombre que lo enseñase de otra manera. Consideramos que se punto está resuelto. Por lo tanto volveremos a la pregunta del mandamiento del Sábado. ¿Pertenece este mandamiento a la ley moral?

 No sabríamos cómo entender la existencia de algo no moral en medio de la ley moral. Esto parece requerir una explicación por parte de aquellos que mantienen este punto de vista. La preponderancia de la evidencia está a favor del mandamiento del Sábado, como siendo de la misma naturaleza que los otros mandamientos. El peso de las pruebas descansa sobre aquellos que piensan en forma diferente.
 
Sin embargo, no queremos analizar esta materia en una forma negativa. Creemos que el mandamiento del Sábado es un mandamiento moral, al mismo nivel que los demás; de hecho, es la base de todos los demás. Sería fácil desechar algunos de los otros mandamientos, pero no se puede hacer lo mismo con el mandamiento del Sábado.

 Los primeros tres mandamientos tienen que ver con Dios y con Su adoración. No debemos tener otros dioses delante de Él. No debemos hacer ninguna imagen, ni ninguna semejanza de nada que haya en el cielo ni en la tierra, para que la adoremos. Debemos ser reverentes y respetuosos y no debemos tomar el nombre del Señor en vano. Entonces viene el mandamiento del Sábado, el cual define el tiempo de descanso cuando debemos adorar y atender las cosas del espíritu. Si este mandamiento hubiese sido dejado a un lado, no habría habido un mandamiento con un tiempo específico, en el cual debiéramos adorar. En ese caso, habría sido necesario que los hombres hubiesen llegado a algún acuerdo entre ellos mismos, en relación al mejor tiempo en que esto debiera hacerse. Esto es, si Dios no hubiese escogido un día, los hombres habrían necesariamente tenido que suplir esta omisión, porque sin ese día, no habría habido una adoración corporativa. Si Dios tiene que ser adorado por Su pueblo; si tiene que existir una adoración unida del Dios altísimo; si tiene que existir un orden y un sistema en la religión, tiene que definirse imperiosamente un tiempo y tiene que dárselo a ese día. Esto hace del Sábado una necesidad. Su omisión del decálogo sería fatal para la religión. Repitamos. Si Dios no señaló un día, los hombres habrían tenido que hacerlo. Un día de adoración pertenece a la religión.

 Hemos observado anteriormente y lo queremos enfatizar, que el Sábado es la base para todos los demás mandamientos, proveyendo así el tiempo necesario para la contemplación de los deberes del hombre para con su Creador y para con sus semejantes. Dios consideró esto de una importancia tan grande, que se dignó en dar el ejemplo que el hombre debía seguir. Teniendo esto en vista, ¿cómo puede alguien pensar que el mandamiento del Sábado no pertenece a la ley moral? Si no hubiese ninguna otra razón que el hecho de que Dios mandó que el día Sábado se guardase como día santo, esto sería una razón suficiente como para colocarlo en una base moral. Pero cuando consideramos el plan de Dios en relación con el Sábado, que es el día sobre el cual Él depende para la instrucción de Sus hijos en los caminos de Dios; que éste es el tiempo que Él mismo ha separado para esta obra tan importante; y que sin este tiempo celosamente guardado, Dios sería privado de la adoración que se le debe; cuando tomamos todo esto en consideración, nos queda claro que no solamente el Sábado posee un lugar en la ley moral, no solamente es él un mandamiento moral en sí mismo, sino que en cierto sentido es él el que une a todos los demás mandamientos, el que une a la tierra con el cielo, el que provee unidad entre el pueblo de Dios, y coloca el sello espiritual sobre todo. Que nadie desprecie o rechace el Sábado de Dios. Que nadie lo negligencie. En su guarda hay mucha bendición.
 



 
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