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  El Sábado en el Antiguo Testamento
 
El Sábado en el Antiguo Testamento
M.L.Andreasen

 

El Sábado en el Antiguo Testamento

 Algunos han objetado que el Sábado sea una institución judía. Ellos dicen que el Sábado le fue dado a los judíos, y que por lo tanto no es para los cristianos. Admitimos que le fue dado a los Judíos en el monte Sinaí. Pero así era el mandamiento, “No robarás”. Cada uno es más Judío que el otro. De hecho, todos los mandamientos les fueron dados a los Judíos. A los Judíos se les dijo que no mataran, que no cometieran adulterio, que no jurasen en falso  y que no codicien. Todos estos mandamientos son Judíos, así como el Sábado es Judío. Cristo también le fue dado a los Judíos; Él nació de una madre Judía y fue criado en un hogar Judío. Los profetas eran todos Judíos, los apóstoles eran todos Judíos, el evangelio fue predicado primero a los Judíos, todos los libros del Nuevo Testamento fueron escritos por Judíos. Aun cuando lleguemos al cielo, veremos los nombres de los doce discípulos de Cristo, Judíos, sobre los fundamentos de la Nueva Jerusalén; en las puertas de la ciudad estarán los nombres de los otros doce Judíos, los doce hijos de Israel. Abraham, Isaac y Jacob, todos Judíos, serán prominentes en el reino, y Cristo se sentará en el trono de Su Padre David, un Judío. 

 Bajo estas circunstancias es mejor que los cristianos no hablen despreciativamente del Sábado del Señor como siendo Judío, como si fuese un término de reproche. “No es Judío aquel que lo es exteriormente, ni aquel que es circuncidado, el cual lo hace en la carne; sino que es Judío aquel que lo es interiormente”. Rom. 2:28-29.

 Debe ser observado, sin embargo, que el Sábado es menos “Judío”, de lo que es posible, que algunos de los demás mandamientos; porque el Sábado comparte el honor con el matrimonio desde el Edén, antes que hubiese cualquier Judío o gentil en la tierra. El matrimonio le fue dado a los Judíos, así como lo fue el Sábado, pero ambos son posesión de la humanidad, y no de ninguna raza o color en particular.

 “El Sábado fue hecho para el hombre”. Estas palabras son apropiadas cuando la universalidad del Sábado es considerada. Ellas debieran aclarar para siempre la cuestión del Sábado como siendo una institución Judía. Cristo hizo el Sábado. Él dice que lo hizo para el hombre. Él lo sabe. Los Judíos son hombres y por lo tanto el Sábado fue hecho para ellos. Los cristianos son hombres; y por lo tanto el Sábado fue hecho para ellos. Cualquiera que posea el título de “hombre”, sabrá que Dios hizo el Sábado para él. El Sábado no es más Judío que los demás mandamientos.

 

Apedreando Debido a la Transgresión del Sábado

 

 Cada nación posee su camino peculiar de lidiar con los ofensores de sus leyes. Bajo ciertas condiciones una nación puede sentir que robar un caballo debe ser castigado con la muerte, como el fue el caso en una nueva región de los Estados Unidos hace algunos años. Israel pudo erigir ciudades de refugio como asilos para que los asesinos pudiesen huir bajo ciertas condiciones y pudiesen estar seguros hasta que se hubiese efectuado el juicio. El crimen sexual puede volverse desenfrenado, hasta el punto en que se haga necesaria la pena de muerte para el transgresor. Israel pudo establecer la pena de muerte por la violación del Sábado bajo ciertas condiciones peculiares; pero esto no hacía parte del mandamiento y no afecta la ley en sí misma. Los Judíos que estaban bajo leyes teocráticas, poseían reglas que no eran aplicables universalmente ni eran obligatorias. Nadie debiera confundir los reglamentos locales con los principios universales.

 ¿Acaso no había un reglamento entre los Israelitas en el desierto diciendo que cualquiera que fuese sorprendido transgrediendo el Sábado conscientemente y con la “mano alzada” sería apedreado? A esto tenemos que dar una respuesta afirmativa; porque no era apenas contra el Sábado que se aplicaba esta ley, sino que a la transgresión de cualquiera de los demás mandamientos. La ley general se encuentra en Num. 15:30-31, y dice, “el alma que actúe presuntuosamente, ya sea que él haya nacido en el campo, o que sea un extranjero, que haya injuriado al Señor; esa alma será cortada de entre su pueblo. Porque él ha despreciado la Palabra del Señor, y ha quebrado Su mandamiento, esa alma ciertamente será cortada; su iniquidad será sobre él”.

 “Presuntuosamente” significa, tal como se lee en el margen, con “mano alzada”, esto es, conscientemente, obstinadamente, desafiantemente. Esta ley se aplicaba a todos los mandamientos. Siempre que un hombre transgrediese presuntuosamente, había apenas una penalidad, la muerte. Por eso leemos en Exo. 21:14+, que si un hombre mataba a otro hombre “presuntuosamente”, lo “tomaréis de Mi altar, para que muera”. Nuevamente, si un hombre golpea a su padre o lo maldice, “ciertamente será muerto”. Si un hombre le “roba a otro hombre, y lo vende”, “ciertamente morirá”. Estos castigos eran todos para pecados cometidos “a mano alzada”, y se aplicaban a todos los mandamientos indistintamente.

 La pregunta de si estas reglas se aplicaban al Sábado fue levantada bien temprano en la historia de Israel. Cometer asesinato era siempre considerado una seria ofensa. ¿Era tan serio como transgredir el Sábado, o a una transgresión así se le podía hacer la vista gorda?
 
El asunto fue levantado cuando un hombre salió en día de Sábado para recoger leña. Durante algún tiempo el maná había llovido del cielo. Israel había reunido su porción cada día, pero había sido advertido a no salir a buscarlo en el séptimo día. Al comienzo, sin embargo, algunos salieron en Sábado, pero no hubo ningún castigo especial por su transgresión.

 Ahora, sin embargo, había pasado ya bastante tiempo. Todos conocían los requerimientos de Dios. La ignorancia no podía más ser llevada en consideración como una excusa. Cualquiera que profanase ahora el Sábado sabía lo que estaba haciendo. Su acto sería considerado como desafiante, y su castigo no sería primariamente debido a su transgresión, sino que debido a su desafío. La ley había sido anunciada desde el Sinaí; Dios también había anunciado que cualquiera que la transgrediese presuntuosamente sería cortado. Aquel que “ha despreciado la Palabra del Señor, y ha quebrado Su mandamiento, ciertamente será cortado”. Num. 15:31. Si algún hombre transgrede el Sábado, está despreciando “la Palabra del Señor”, y en ese acto estaría desafiando y ofendiendo a Dios.
 
Era bajo estas condiciones que el hombre violaba el Sábado. Él conocía la ley y lo que Dios había dicho. A pesar de todo esto, él salió a buscar leña. ¿Qué debía hacerse ahora? ¿El Sábado estaba unido a los demás mandamientos, o debiera hacerse alguna excepción? Ciertamente era peor matar a un hombre que recoger leña durante el Sábado.

 Sin embargo, tal como ya se ha observado, no era la cosa hecha la que contaba; era más bien la actitud. No fue debido a que salió a juntar leña que él fue castigado; fue “porque había despreciado la Palabra del Señor”. La recogida de leña fue apenas un medio para demostrar su desafío contra Dios.
 
Moisés, sin embargo, quería tener completa certeza de lo que tenía que hacer en este caso particular. Por lo tanto puso al hombre en confinamiento hasta que Dios hiciese conocida Su voluntad. En esta decisión mucho estaba en juego, porque sería conocido con certeza si el mandamiento del Sábado tenía su lugar junto a los demás mandamientos y si su transgresión debía ser contado como igualmente serio. El propio Dios dio la decisión en este caso. Si Moisés hubiese actuado por sí solo, habría sido interpretado que era apenas su propio juicio.
 
La decisión vino rápidamente, “el hombre ciertamente morirá”. Num. 15:35. Eso dejaba la cuestión completamente aclarada. El mandamiento del Sábado tenía su lugar con los demás mandamientos. Su transgresión era tan seria como la de los otros. Los hombres podrían no considerarlo así. Pero Dios había hablado. La lección también es para nosotros así como lo fue para ellos. Que nadie hable livianamente con respecto al Sábado o transgreda desafiantemente su precepto.

 

La Historia de Ezequiel del Éxodo

 

 Cuando Moisés escribió la historia del Éxodo, no dijo todo lo que debiera haber dicho. Muchos años más tarde, Dios, a través del profeta Ezequiel, complementó el relato con una información detallada que es de valor para nuestro estudio presente.
 
Ezequiel vivió en el tiempo del comienzo de la cautividad babilónica. Algunos del pueblo de Israel ya habían sido llevados al cautiverio, y otros le seguirían muy luego. Esto se debió a sus pecados, los mismos pecados por los cuales habían sido culpados en Egipto y en el desierto.
 
Algunos ancianos fueron donde Ezequiel para preguntarle a respecto del Señor. Esta era una costumbre común en Israel. Cuando habían materias en las cuales ellos necesitaban una guía especial e instrucción de Dios, los ancianos aparecían delante del profeta, preguntándole si él tenía alguna luz del Señor sobre el asunto. En este caso no hubo ninguna duda en la respuesta. “Así como yo vivo, dice el Señor, no seré consultado por ustedes”. Eze. 20:3.

 El Señor procede entonces a explicarles por qué él no sería consultado por ellos. Esto hizo con que Él entrara en detalles acerca de los que sus padres habían hecho, y por qué Él no pudo ayudarlos. La suposición era que Él no había podido ayudar a Israel entonces por la misma razón que Él no podía ayudarlos ahora.
 Dios comienza la historia contándoles a respecto del tiempo cuando Israel estaba en cruel esclavitud en Egipto y oraba por liberación. Como condición para ayudarlos, Dios, a través de Moisés, les dijo, “lanzad fuera todos vosotros la abominación de vuestros ojos y no os contaminéis con los ídolos de Egipto”. Eze. 20:7.
 
Pero Israel no iría a escuchar. Ellos querían ser liberados, pero no a ese costo. Se rebelaron contra Dios y no lanzaron fuera sus ídolos. Por lo tanto, Dios decidió no solamente que no los ayudaría, sino que los castigaría en Egipto y los dejaría allí. Pero Dios, en Su misericordia y amor a Su nombre, tuvo piedad de ellos y los sacó de Egipto, para que Su nombre “no fuese contaminado delante de los paganos”. Versos 8-9.

 A través de la interposición de Dios, Israel experimentó una maravillosa liberación en el Mar Rojo y llegó al desierto de Sinaí. Se puede pensar que ellos estarían ahora listos para lanzar fuera sus ídolos y servir al Señor con todo su corazón. Pero aun eran rebeldes. Dios los soportó durante mucho tiempo y pacientemente los instruyó. “Yo los saqué de la tierra de Egipto”, dice Él, “y los llevé al desierto. Y les di Mis estatutos, y les mostré Mis juicios, los cuales si un hombre los ejecuta, podrá vivir en ellos. También les di Mis Sábados, para que sean una señal entre Yo y ellos, para que pudieran saber que Yo soy el Señor que los santifico”. Versos 10-12. Esto fue en el Sinaí.

 El Sábado en su esencia natural es una señal de santificación. Un hombre puede ser irrespetuoso con sus padres sin ser culpable de adulterio. Él puede codiciar los bienes de su vecino, pero puede no hacer ninguna imagen. Puede ser fuertemente tentado en una línea, pero puede no ser tentado tan fuertemente en otra. Pero no sucede eso con el Sábado.
 
La violación del mandamiento del Sábado no es un pecado tan grande en sí mismo, como el síntoma que revela una actitud que toca todos los mandamientos. Transgredir el Sábado, en su naturaleza esencial, es un rechazo a Dios, una especie de rebelión. No es como matar o robar o cometer adulterio. Revela un estado interior de desobediencia; y desobediencia es la esencia de todo pecado.

 Al contrario, la obediencia al mandamiento del Sábado muestra un deseo de espíritu que va mucho más allá del mandamiento específico, hasta llegar al verdadero corazón de la religión, el cual en esencia es obediencia. El hombre, por lo tanto, que guarda el santo Sábado hace más que guardar uno de los mandamientos de Dios. Él se coloca a sí mismo al lado de la obediencia y de la ley, a despecho de cualquier otro motivo ulterior, y así está a la altura de la norma de Dios, en relación a lo que todo hombre debiera ser.

 Israel no entendió ni apreció el regalo que Dios les dio en el Sábado. Como ellos se habían rebelado contra Dios en Egipto, así también se rebelaron contra Él en el desierto. No caminaron en Sus estatutos, y no guardaron Su ley ni Su Sábado. “Ellos despreciaron Mis juicios, por los cuales el hombre que los siguiere, él podría aun vivir en ellos; y profanaron grandemente mis Sábados”. Eze. 20:13.
No tenemos ningún registro aquí ni en los libros de Moisés en relación a la manera en que Israel profanó el Sábado. Ciertamente ellos se contuvieron en no trabajar en aquel día, especialmente después que vieron el castigo que le cayó a aquel que salió a buscar leña en un Sábado. Pero la guarda del Sábado es más que abstenerse de trabajar. Un hombre puede abstenerse de trabajar en el séptimo día y sin embargo puede no entrar en el reposo de Dios.
 
Un hombre que descanse en el séptimo día, pero cuyas manos no están limpias y cuyo corazón no es puro, contamina el Sábado del Señor, y comete el mismo error que cometió Israel pensando que el entrar en la Canaán literal agotaba la promesa de Dios. Muchos de ellos siguieron Egipto cuando entraron en Canaán, y así frustraron el plan de Dios. Dios les pidió que dejaran a Egipto atrás, y que cuando entraran en Canaán, entrasen en una nueva experiencia en Dios. Todo lo que Israel hizo fue entrar en el país; pero al hacerlo no recibieron la promesa ni entraron en el descanso de Dios.
 Israel guardó el día, pero la experiencia espiritual que podría haber sido de ellos, la perdieron completamente. Ellos se abstuvieron de trabajar, pero no entraron en el descanso de Dios; ellos no dejaron de hacer sus propias obras así como Dios descansó de las suyas. Sus corazones no fueron transformados.
 
Esto enfatiza la declaración de que el Sábado es una señal de santificación, y que nadie que no esté santificado puede guardar el Sábado tal como Dios quiere que sea guardado. Siempre tenemos que tener en mente que la verdadera guarda del Sábado incluye un corazón puro y una vida santa. Los que no posean eso, contaminan el Sábado, no importa cuán cuidadosos puedan ser en abstenerse de trabajar en ese día.

 

La Rebelión de Israel

 

 Dos veces Israel se había rebelado, la primera vez en Egipto y después en el desierto. Dios protestó, pero ellos no escucharon; ni tampoco eliminaron sus ídolos. Él entonces se propuso eliminar Israel y derramar Su “furia sobre ellos en el desierto, hasta consumirlos”. Pero nuevamente Dios no llevó a cabo Su plan, para que Su nombre no fue “contaminado delante de los paganos, a cuya vista Yo los he sacado”. Eze. 20:14. De tal manera que Dios los salvó una vez más.
 
Sin embargo, Israel se apartó tanto del ideal y propósito de Dios, que Él determinó no llevarlos “a la tierra que Yo les había dado... debido a que ellos despreciaron Mis juicios, y no caminaron en Mis estatutos, sino que contaminaron Mis Sábados”. Versos 15-16. Como resultado de esta decisión, Israel fue dejado a vaguear en el desierto hasta que la generación que salió de Egipto murió.
 
Habiendo lidiado así con los padres que Él había sacado de Egipto, ahora Él dirigió a la nueva generación, a sus hijos. Ellos habían visto lo que le había sucedido a sus padres, y debieran haber sido advertidos por su ejemplo. Dios “le dijo a sus hijos en el desierto, no caminéis en los estatutos de vuestros padres, ni observéis sus juicios, ni os contaminéis con sus ídolos. Yo soy el Señor vuestro Dios; caminad en Mis estatutos, y guardad Mis juicios, y hacedlos; y guardad Mis Sábados; y ellos serán una señal entre Yo y vosotros, para que sepáis que Yo soy el Señor vuestro Dios”. Versos 18-20.
 Pero los hijos no habían aprendido nada de la experiencia de sus padres. “Ellos no caminaron en Mis estatutos, ni guardaron Mis juicios para hacerlos, los cuales si un hombre los hiciese, él aun podría vivir en ellos; ellos contaminaron Mis Sábados; entonces dije, derramaré Mi furia sobre ellos, para cumplir Mi rabia contra ellos en el desierto”. Verso 21.

 La paciencia de Dios ha llegado a su término, y Él proclama que va a dispersar Israel “entre los impíos, y dispersarlos entre las naciones; porque ellos no han ejecutado Mis juicios, sino que han despreciado Mis estatutos, y han contaminado Mis Sábados, y sus ojos seguían los ídolos de sus padres”. Versos 23-24.

 

Una Lección para el Israel en Cautividad

 

 Tal como ha sido observado anteriormente, cuando los ancianos llegaron a preguntarle a Ezequiel, muchos ya habían sido llevados cautivos a Babilonia, y el resto los seguiría muy luego. Ellos estaban ansiosos de saber lo que Dios pensaba, y por esta razón le habían enviado una delegación al profeta para escuchar lo que Dios tenía a decir. Esto le dio al Señor la oportunidad de representar la historia de la liberación de sus padres de la esclavitud de Egipto, y sus experiencias al entrar en la tierra prometida.
 
Israel estaba ahora en una situación paralela. Así como sus padres estuvieron en esclavitud en Egipto, así Israel iba a ir ahora en cautiverio en Babilonia. Así como Dios antes había libertado a Israel de Egipto, así Israel ahora pedía para ser libertada de Babilonia. Los pecados que afligieron a Israel en Egipto eran los mismos pecados que afligían ahora a Israel, y las condiciones de salvación y liberación también eran las mismas. Lo que Dios pedía del antiguo Israel, Él le pedía ahora al Israel presente. Por esta razón Dios ensayó cuidadosamente la historia de Israel para beneficio de los ancianos que vinieron a preguntarle al Señor, y les contó con detalles dónde sus padres habían fallado y dónde habían pecado.

Los cargos que Dios colocó contra Israel pueden ser listados así:
 
1.- Ellos fallaron en eliminar la abominación de sus ojos, y se habían contaminado con los ídolos de Egipto. Esto, sin lugar a dudas, se refiere a los sucios y obscenos ritos de la adoración impura del falo, la cual era en aquellos tiempos prominente en Egipto.

 2.- Ellos no habían caminado en los estatutos de Dios, sino que habían despreciado Sus juicios. Esto es relatado como rebelión, un estado generalizado a no hacer la voluntad de Dios y también se refiere a una activa oposición.
 
3.- Ellos habían contaminado en gran manera el Sábado de Dios. Esto es enfatizado cuatro veces, en Eze. 20:13,16,21,24. Además, el Sábado es mencionado dos veces como una señal de santificación y de conocimiento de Dios. Versos 12 y 20.

 Después que Dios le informó a los ancianos a respecto de la transgresión del antiguo Israel, ahora Él les dice que ellos no son mejores que sus padres, y que Él no va a ser interrogado por ellos, sino que los llevará al “desierto del pueblo”, y “que purgará de entre ellos” a los “rebeldes”, y no les permitirá entrar en Israel. Versos 35 y 38. Por otro lado, aquellos que volvieron al Señor, Él los aceptaría, “y Yo seré santificado en vosotros delante de los impíos”. Verso 41. La falla del Israel presente fue colocada directamente sobre los líderes, los profetas y los sacerdotes. “Sus sacerdotes han violado Mi ley, y han profanado Mis cosas santas; ellos no han hecho ninguna diferencia entre lo santo y lo profano, ni han hecho diferencia entre lo impuro y lo puro, y han escondido sus ojos de Mis Sábados, y Yo he sido profanado entre ellos. Sus príncipes en medio de ellos son como lobos hambrientos, que derraman sangre, y que destruyen almas, para obtener ganancias deshonestas. Y sus profetas los han cubierto con una mortaja no temperada, diciendo vanidad, adivinándoles mentira, diciendo, así dice el Señor Dios, cuando el Señor no ha hablado”. Eze. 22:26-28.

 De Ezequiel obtenemos un claro entendimiento de las razones por las cuales el antiguo Israel no agradó a Dios, por qué murieron en el desierto, y por qué los hijos también fallaron. Ellos abandonaron al Señor por ídolos egipcios, se rehusaron a caminar en los estatutos de Dios, y despreciaron Sus juicios, y sobre todo, contaminaron el Sábado, el cual desde el mismo comienzo ha sido la señal de Dios de santificación.

 

El Mensaje de Jeremías

 

 Israel falló miserablemente en llegar a las expectativas de Dios en el tiempo del éxodo de Egipto. Ahora habían llegado al tiempo de otra prueba en su inminente esclavitud babilónica. El ejército de Nabucodonosor ya había llevado a muchos al cautiverio, y su linda ciudad había sido devastada.
 
Una y otra vez Dios les había, a través de los profetas, enviado palabras diciéndoles que si se volvían al Señor de todo su corazón y si se arrepentían de su maldad, el Señor sería gracioso con ellos. Él les llamó su atención al Sábado y a las grandes y maravillosas promesas que se les daban bajo la condición de obediencia.
 
Escuchen estas palabras de Jeremías, uno de los últimos mensajes que se les hizo llegar, antes de que fuesen llevados al cautiverio:
 “Así dice el Señor: Guardaos por vuestra vida de llevar carga en el día de Sábado, ni de traerla a las puertas de Jerusalén; ni saquéis carga de vuestras casas en el día de Sábado, ni hagáis ninguna obra, sino que santificad el día Sábado, así como se lo mandé a vuestros padres. Pero ellos no obedecieron, ni inclinaron su oído, sino que endurecieron su cerviz, para no oír, ni recibir instrucción. Y sucederá que si diligentemente Me escucháis, dice el Señor, en no traer carga a través de las puertas de esta ciudad en el día de Sábado, sino que santificando el día Sábado, para no hacer trabajo en él; entonces entrarán por las puertas a esta ciudad reyes y príncipes que se sentarán sobre el trono de David, en carruajes y cabalgaduras, ellos, y sus príncipes, los hombres de Judá, y los habitantes de Jerusalén; y esta ciudad permanecerá para siempre. Y ellos vendrán de las ciudades de Judá, y de los lugares cercanos a Jerusalén, y de la tierra de Benjamín, y de la planicie, y de las montañas, y del Sur, trayendo holocaustos, y sacrificios, y ofrendas de comida, e incienso, y trayendo sacrificios de alabanza, a la casa del Señor. Pero si no queréis escucharme para santificar el día de Sábado, y para no llevar carga, entrando por las puertas de Jerusalén en el día de Sábado; yo haré descender fuego en sus puertas, y consumirá los palacios de Jerusalén, y no se apagará”. Jer. 17:21-27.

 Esto, tal como se ha visto, fue uno de los últimos mensajes enviados a Israel antes que Nabucodonosor finalmente destruyese la ciudad, el templo y se llevase al remanente de Israel cautivo a un país extraño, para que allí fuesen siervos de un pueblo pagano, hasta que hayan aprendido a no profanar el santo Sábado de Dios.

 

El Mensaje de Nehemías

 

 Pareciera que esta vez Israel sabría lo que el Señor les estaba requiriendo, y que habría aprendido a seguir Su consejo. Sus padres vaguearon 40 años en el desierto y finalmente murieron sin entrar en la tierra prometida. Ahora Israel fue llevado cautivo a Babilonia por las mismas transgresiones por las cuales sus padres habían sido culpables. Ezequiel había representado fielmente la historia de la falla de Israel; Jeremías había agregado su advertencia; pero de nada sirvió. Y ahora estaban en cautiverio.
 
Setenta años fueron determinados para este cautiverio, tiempo suficiente como para que murieran todos los hombres adultos que habían crecido cuando comenzó el cautiverio. Había llegado el tiempo para traer a Israel de vuelta, y Dios mantuvo Su promesa. Se le permitió a Israel abandonar Babilonia y volver a su país. Grande fue el regocijo del pueblo cuando pusieron sus pies nuevamente en su propia tierra y pudieron reanudar la interrumpida adoración en el templo. Ciertamente ahora debieran haber aprendido la lección.
 
Pero no la habían aprendido. En Babilonia se habían casado con los babilonios, y habían aprendido sus costumbres paganas. En particular se habían vuelto descuidados en relación con el Sábado, el punto en el cual habían sido advertidos una y otra vez. Nehemías, el cual había sido especialmente seleccionado por Dios para guiar al pueblo, registra la situación con estas palabras:

 “En aquellos días vi en Judá algunos que pisaban lagares en sábado, y acarreaban haces de trigo, y cargaban asnos con vino, uvas, higos y toda suerte de carga. Y la traían a Jerusalén en Sábado. Y los amonesté que no vendieran provisiones en ese día. También en la ciudad había tirios que traían pescado y toda mercadería, y vendían en Sábado a los hijos de Judá en Jerusalén. Reprendí a los señores de Judá. Les dije: "¿Qué mal es éste que hacéis, profanando así el día Sábado? ¿No hicieron así vuestros padres, y trajo nuestro Dios todo este mal sobre nosotros y sobre esta ciudad? ¿Y vosotros añadís ira sobre Israel profanando el Sábado? Así, cuando iba oscureciendo a las puertas de Jerusalén antes del Sábado, ordené que cerrasen las puertas, y no las abrieran hasta después del Sábado. Y puse a las puertas algunos de mis criados, para que no entrasen carga en Sábado. Y quedaron fuera de Jerusalén una y dos veces los negociantes que vendían toda especie de mercancía. Los amonesté, y les dije: "¿Por qué pernoctáis ante la muralla? Si lo hacéis otra vez, os echaré mano". Desde entonces no vinieron en Sábado.

Y ordené a los levitas que se purificasen, y viniesen a guardar las puertas, para santificar el Sábado. También por esto acuérdate de mí, Dios mío, y perdóname según la grandeza de tu misericordia”. Neh. 13:15-22.

 Algunos de los hijos de Israel “pisaban lagares en sábado, y acarreaban haces de trigo, y cargaban asnos con vino, uvas, higos y toda suerte de carga”; otros traían sus cargas “en Jerusalén el Sábado”, y “vendían vituallas”. Nehemías les demostró que éstas eran las cosas que habían traído la ira de Dios sobre ellos. “No hicieron eso vuestros padres”, les dijo él, “y no trajo Dios todo este mal sobre nosotros, y sobre esta ciudad? Pero vosotros traéis más ira sobre Israel profanando el Sábado”. Después de eso él ordenó que las puertas de la ciudad fuesen cerradas el Sábado, y aun los amenazó con “colocar las manos sobre” aquellos que persistían en la transgresión. Al final los compradores y vendedores “no vinieron más en Sábado”, y los Levitas fueron convidados a “venir y guardar las puertas, para santificar el Sábado”.
 
Es evidente, desde luego, que esta manera forzada de guardar el Sábado no estaba de acuerdo con la voluntad de Dios. Para Él el Sábado era una señal de santificación, y sin una vida de santidad, el Sábado se transformaba en una ceremonia vacía que nunca podría substituir la verdadera santificación.

 

La Historia Subsecuente

 

 De la historia subsecuente de los Judíos aparece que el cautiverio babilónico y las declaraciones de los profetas finalmente causaron alguna impresión en el pueblo. Finalmente parece ser que entendieron que su falla en guardar el Sábado había sido la causa de sus calamidades desde mucho tiempo atrás. Ellos leyeron la historia de Dios probando a Israel en el desierto, de cómo Él les hizo llover maná del cielo durante 40 años, y les enseñó acerca del Sábado. Ellos leyeron el relato de Ezequiel a medida que él les repetía la historia de la última falla de Israel. Ellos leyeron de Jeremías el apelo que les hizo para guardar el Sábado y la bendición que les vendría si así lo hiciesen. Ellos aprendieron de esto, que la grandeza nacional nunca sería suya a menos que guardasen el Sábado; pero que si lo hiciesen, reyes y príncipes vendrían hasta ellos, y Jerusalén permanecería para siempre. Ellos sabían que Dios haría exactamente lo que dijo. ¿No habían sido llevados al cautiverio? ¿No había sido quemada su ciudad y su templo, y no los había libertado Dios de su cautiverio al final de los 70 años, tal cual como Él lo había prometido? Ahora Nehemías los había advertido una vez más, y finalmente ellos despertaron. Desde ahora en adelante ellos harían todo lo que Dios requiriera de ellos, y serían especialmente cuidadosos con el Sábado.
 
Y fueron cuidadosos. El cautiverio babilónico marca un cambio definitivo en Israel. Nunca más volvieron ellos a los ídolos; nunca más hicieron del Sábado un día común de trabajo. Si era tan importante como se les dijo, ellos lo protegerían con todo tipo de restricciones. Si su existencia nacional y la bendición de Dios dependía de su fidelidad en la observancia del Sábado, ciertamente lo guardarían.
 
El error que ahora estaban haciendo fue tan fatal como el error que ya habían cometido. Comenzaron a considerar el Sábado como un medio de salvación, tanto personal como nacional, en vez de una señal de santificación. Dios quería un pueblo santo, y el Sábado fue la señal para esto. Ahora ellos hicieron hincapié en la señal, la cual podía ser de poco valor sin la realidad acompañante de santidad.
 
Cristo hizo lo mejor que puedo para restaurarle a Israel el Sábado tal como Dios originalmente se los había dado, como siendo una bendición en vez de una carga. Él no tuvo que hacer hincapié en la escrupulosidad al guardar el Sábado, porque Israel ya había andado bastante lejos en esa dirección. Con su nuevo punto de vista, el pueblo, y especialmente los fariseos, creyeron que Cristo era relajado en la observancia del Sábado. Ellos no entendieron que Él estaba tratando de mostrarles su verdadero propósito; que haciendo el bien, sanando a los enfermos, y haciendo actos de misericordia durante el Sábado, eran aceptados a la vista de Dios,  en vez de observar apenas mecánicamente el día.

 Esto hizo con que Israel, en el tiempo de Cristo, fallase tan completamente como lo hizo el antiguo Israel en entender el verdadero significado del Sábado. Ellos fallaron de una manera diferente, es verdad, pero fallaron definitivamente. Es a esto que el escritor de Hebreos se refiere cuando él advierte a sus compañeros creyentes a no caer en la misma forma de incredulidad.

 

El Mensaje de Hebreos

 

 El escritor de Hebreos sigue el mismo método que Ezequiel había seguido anteriormente; esto es, llamando la atención a la historia de Israel cuando ellos salieron de Egipto. Él menciona el hecho que Dios había sido provocado y apenado con ellos, aun cuando “vieron Mis obras durante 40 años”. Debido a su incredulidad, sus “carcasas cayeron en el desierto”, y Dios juró “que ellos no entrarían en Su descanso”. Heb. 3:9-18.
 
Habiendo llamado la atención a la falla de los padres y la razón para ello, él dirige una advertencia a su propia generación. “Temamos pues”, dice, “no sea que permaneciendo la promesa de entrar en Su reposo, alguno de vosotros parezca no haberla alcanzado”. Heb. 4:1. Israel falló; ahora vean que ustedes no fallen. Este es el argumento. “Ellos no pudieron entrar debido a la incredulidad”. Heb. 3:19.
 El escritor ahora trata de dejar claro de que entrar en la Canaán terrenal y entrar en el descanso de Dios no son la misma cosa. Hubieron muchos que entraron en Canaán, pero que no entraron en el descanso. Josué, en verdad, los llevó a la tierra prometida, pero no los llevó al prometido descanso de Dios.
 
Cuando Israel entró en Canaán, ellos pensaron que habían conseguido su objetivo. Pero esta no era la idea de Dios. El descanso del cual Él hablaba, y al cual Él los quería conducir, era el descanso del pecado, el descanso de sus propias obras. Canaán era un símbolo de esto, como también lo era el Sábado. Descansar en el séptimo día de su trabajo era bueno, y entrar en Canaán estaba de acuerdo con el mandamiento de Dios; pero bueno como era, eran apenas símbolos de algo superior, del descanso del pecado, el descanso de nuestras propias obras, descanso en Dios, del cual el Sábado era un símbolo.

 “Los que hemos creído entramos en el descanso”; esto es, nosotros que somos convertidos tenemos el verdadero descanso, el descanso en Dios. Heb. 4:3. Este descanso en Dios, esta libertad y victoria sobre el pecado, el escritor la conecta íntimamente con las palabras “terminado desde la fundación del mundo. Porque él dijo en cierto lugar del séptimo día, y Dios descansó en el séptimo día de toda Su obra”. Heb. 4:3-4.
 
De una manera más hermosa y efectiva el escritor conecta así el séptimo día Sábado con el verdadero descanso de Dios. Josué había llevado a Israel a la tierra prometida, pero no les dio descanso, porque él había verdaderamente entrado en el descanso del que “ha cesado de sus propias obras así como Dios lo hizo de las suyas”. Este descanso es un descanso espiritual, un descanso de nuestras “propias obras”, una cesación de pecar. Es a este descanso que Dios llama a Su pueblo, y es de este descanso que tanto el Sábado como Canaán son símbolos.

 La mera entrada en la tierra de Canaán no agotó la promesa de descanso de Dios. Ni tampoco lo hace la mera guarda del Sábado. El Sábado es, ciertamente, una señal de santificación. Pero la señal nunca puede substituir la realidad, y por otro lado, tampoco puede ser ignorado. El escritor de Hebreos está ansioso para que sus lectores no cometan el mismo error que el antiguo Israel había cometido. Él quería que ellos entraran, y que no “cayeran en la misma incredulidad”.

 “Permanece por lo tanto un descanso para el pueblo de Dios”. Heb. 4:9. El original griego, el margen y la Versión Revisada, lo colocan así: “Por lo tanto queda una guarda de un Sábado para el pueblo de Dios”. Verso 9.

 No puede haber un mal entendido con el argumento del escritor de Hebreos. El antiguo Israel falló; ellos desatendieron los estatutos y las leyes de Dios, y especialmente contaminaron el Sábado. Cuando Israel rechazó el Sábado, rechazaron lo que este representaba, santidad de vida. Ellos entraron en Canaán, pero no entraron en el descanso de Dios, ni en la vida. Por lo tanto el propósito de Dios no se cumplió. De tal manera que Dios hizo otros llamados, y aun después que Israel había entrado en Canaán, Él los llamó para que entraran en Su descanso, “diciendo en David, hoy, después de tanto tiempo, como se dice, hoy si escucháis Su voz, no endurezcáis vuestros corazones”. Verso 7. Ese mismo llamado ha sonado para cada generación desde entonces, y el escritor de Hebreos estaba ahora haciendo sonar el último llamado que se le haría a Israel como nación.  Poco tiempo después que este libro fue escrito, el templo fue finalmente destruido, y no fueron hechos más llamados. Israel como nación, había tenido su último llamado.

 En este argumento en hebreos el lector no fallará en observar la introducción del séptimo día Sábado. “Dios descansó en el séptimo día de todas Sus obras”. Heb. 4:4. “Las obras estaban terminadas desde la fundación del mundo”. Verso 3. “Por lo tanto permanece la guarda de un Sábado para el pueblo de Dios”. Verso 9. “Aquel que ha entrado en Su descanso, también ha cesado de sus propias obras, así como Dios lo hizo con las suyas”. Verso 10. Todo esto nos lleva a un efectivo argumento para el séptimo día Sábado en el Nuevo Testamento. Debe recordarse, sin embargo, que decir que este argumento es para el séptimo día, existe un peligro tanto ahora como entonces, de que la señal sea substituida por aquello a lo cual simboliza. Dios requiere santidad de vida. De esto el Sábado es una señal. No debemos rechazar la señal, ni rechazar aquello para lo cual fue hecho. Que todos consideremos esto. Es vital. 



 
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