Biblia Adventista - Biblia de Estudio
  Cristo y la Ley
 
Cristo y la Ley
M.L.Andreasen

 

Cristo y la Ley

 El más precioso documento en posesión de la humanidad es la ley de Dios contenida en los diez mandamientos. Fue dicha por el propio Dios con toda majestad en el monte Sinaí, confirmada por Cristo mientras estuvo en la tierra, y le fue dada a la iglesia y al mundo como un guía de vida y como norma de conducta. Sus claros, precisos y decisivos mandamientos incluyen todo el deber del hombre. En su forma original es la constitución del universo; adaptada al hombre define su verdadero deber. Es el fundamento de toda ley humana, el baluarte de la sociedad y de la civilización, el protector de la libertad, el guardián de la moralidad, el preservador del hogar, la seguridad del estado. Obedecida, trae felicidad, prosperidad y paz; desobedecida o ignorada, trae tristeza, desastre y caos. Los hombres y las naciones la han menospreciado; bancos de iglesia y púlpitos han tratado de anularla; hombres malos y seductores la han violado; la sociedad se ha burlado de ella; pero aun permanece como la única norma de conducta; y la humanidad, lo apruebe o no, finge estar de acuerdo con ella. Es un constructor de carácter, un reprobador del pecado, un guía de vida.

 

La Ley de Dios

 

 “Dios habló todas estas palabras, diciendo, yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, fuera de la casa de esclavitud”.
1.- “No tendrás otros dioses delante de Mí”.
2.- No te harás ninguna imagen, ni ninguna semejanza de nada de lo que hay en el cielo, o en la tierra, o que está en el agua debajo de la tierra; no te inclinarás a ellas, ni las servirás; porque yo el Señor tu Dios soy un Dios celoso, que visito la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de aquellos que me odian; y muestro misericordia a miles de aquellos que me aman, y guardan Mis mandamientos”.
3.- No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano; porque el Señor no tendrá por inocente a aquel que toma Su nombre en vano”.
4.- Acuérdate del día Sábado, para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; pero el séptimo día es el Sábado del Señor tu Dios; en él no harás ninguna obra, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu sirviente, ni tu sirvienta, ni tu rebaño, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas; porque en seis días el Señor hizo el cielo y la tierra, el mar, y todas las cosas en ellos, y descansó el séptimo día; por lo que el Señor bendijo el día Sábado, y lo santificó”.
5.- “Honra a tu padre y a tu madre; para que los días puedan ser largos sobre la tierra que el Señor tu Dios te dio”.
6.- “No matarás”.
7.- No cometerás adulterio”.
8.- No robarás”.
9.- “No levantarás falso testimonio contra tu prójimo”.
10.- “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la esposa de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada de tu prójimo”. Exo. 20:1-17.
 
Así dicen las “diez palabras” dichas por el propio Dios entre los truenos y los relámpagos del Sinaí.

 

Cristo y la Ley

 

 Por muchos de Sus contemporáneos Cristo fue considerado un radical; esto fue especialmente verdadero por parte de los fariseos, los cuales continuamente seguían obstinadamente Sus pasos, listos para agarrar cualquier frase de Sus labios que pudiera ser interpretada contra Él mismo.

 Los fariseos estaban acostumbrados a que se les tuviese una gran deferencia a ellos y a sus opiniones, por parte del pueblo. Cristo, sin embargo, no pareció estar impresionado por ellos, y no les mostró respeto, como ellos creían que era su deber. Ellos habían tratado en diversas oportunidades de entramparlo en Sus palabras, pero todas las veces fueron derrotados y perdieron prestigio a los ojos del pueblo. Él tenía una manera desconcertante de colocarle las cosas de vuelta e ellos mismos. Ellos no eran “capaces de responderle una única palabra, ni osó nadie desde aquel día hacerle ninguna pregunta más”. Mat. 22:46. No les gustaba ser humillados, especialmente ante el pueblo. Finalmente decidieron no hacer más preguntas.
 
Esta situación no hizo con que los escribas y fariseos amasen a Jesús. Ellos lo odiaban, y estaban deseosos de hacer cualquier cosa para destruir Su influencia para con el pueblo, porque “el pueblo Lo recibía alegremente; porque todos estaban esperándolo”. Luc. 8:40. Sin embargo, ellos esperaban que en relación con la ley, podrían encontrar la ocasión que buscaban. Así como los conspiradores de antaño dijeron de Daniel, “no encontramos ninguna ocasión contra este Daniel, excepto lo que encontramos de él contra la ley de su Dios” (Dan. 6:5), de tal manera que esperaban que cuando Cristo se declarara a Sí mismo por la ley, Él les daría la ocasión que Lo colocaría abiertamente contra los cargos que ellos estaban ansiosos de colocarle en Su contra.
 
Cristo nunca fue negativo o neutral. Sus declaraciones eran inequívocas. Ellas no solamente podían ser entendidas, sino que no podían ser mal entendidas. Él era directo, claro, positivo, dinámico. Las personas siempre sabían dónde estaba Él pisando. Él no trataba de ganarse el favor popular a través de halagos o rebajando las normas. El pecado era pecado para Él, y Él lo llamaba por ese nombre. Eran estos rasgos distintivos de Cristo que los fariseos esperaban que les facilitaría el encontrar alguna acusación contra Él, la cual podría ayudarlos en relación al pueblo.

 Los Judíos eran muy rigurosos con la ley. Los fariseos eran especialmente observadores de la letra de la ley e intolerantes con aquellos que no la observaban de acuerdo con sus requerimientos u observancias. Ellos habían adicionado muchas ordenanzas desde que Dios hubo dado originalmente la ley, y se requería toda una vida para saber lo que se requería. Era imposible que las personas comunes poseyesen este conocimiento exacto y comprensible; de tal manera que no estaban capacitas para alcanzar esa norma. Los fariseos decían que “las personas que no conocían la ley eran malditas”. Juan 7:49.

 Bajo estas circunstancias era de gran interés para los Judíos y especialmente para los fariseos, conocer la actitud de Jesús en relación con la ley. Como profesor, Él estaba incumbido de hacer conocida su posición y decirle a las personas claramente dónde Él estaba posicionado. Fue en esta declaración que los fariseos esperaban atraparlo, porque sabían que Él era franco y no los dejaría en dudas en relación a Su posición.

 Jesús no los defraudó. En Su primer sermón registrado Él lidió exhaustivamente con la ley, e hizo con que Su posición quedase clara. Él pronunció nueve bendiciones sobre los pobres, los que lloran, los mansos, los hambrientos y los sedientos, los misericordiosos, los puros, los pacificadores, los perseguidos, los insultados; entonces Él dijo:

 “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal ha perdido su sabor, ¿con qué será salada? Entonces no sirve para nada, sino para ser lanzada fuera, y para ser pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad que es colocada sobre una montaña no puede ser ocultada. Ni tampoco los hombres pueden encender una luz, y colocarla bajo un almud, sino que sobre el candelero; y alumbra a todos los que están en la casa. Que vuestra luz ilumine de tal manera a los hombres, para que puedan ver vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo.
 
No penséis que he venido a destruir la ley, o los profetas; no he venido a destruir, sino a cumplir. Porque os digo en verdad, que hasta que el cielo y la tierra pasen, ni una jota ni un tilde de ninguna manera pasará de la ley, hasta que todo se cumpla. Quienquiera por lo tanto que quiebre uno de estos mandamientos pequeños, y le enseñe así a los hombres, será llamado el menor en el reino del cielo; pero quienquiera que los haga y los enseñe, ese será llamado grande en el reino del cielo”. Mat. 5:13-19.

 Jesús sabía lo que estaba en el corazón de los hombres y lo que estaban pensando. Respondiéndole a sus preguntas no hechas audibles, Él dijo, “no penséis que he venido para destruir la ley, ni los profetas”. Esto era exactamente lo que los fariseos estaban pensando. ¿No lo habían visto hacer esas cosas sin precedentes de echar fuera los compradores y los vendedores del templo? ¿No lo habían visto hacer un látigo de pequeñas cuerdas, volcar las mesas, y desparramar las monedas de los cambistas? ¿No había dicho Él que el templo era la casa de Su Padre? Juan 2:13-17. Si Él había comenzado su obra de esa manera, ¿cuál sería el fin? Evidentemente Él era un radical al cual había que observarlo. Él parecía tener poco respeto por las cosas del templo. ¿Estaba Él tratando de destruir la ley y los profetas? Con gran interés todos habían estado esperando Sus pronunciamientos sobre la ley. Y ahora lo tenían. Él no estaba aboliendo la ley. Él la estaba manteniendo. Ni siquiera un tilde ni una jota debería ser removido. Él no la estaba destruyendo, como algunos temían. Él la estaba cumpliendo.

 “No penséis que he vendido a destruir la ley, ni los profetas. No he vendido a destruir, sino a cumplir”. La ley aquí mencionada es, hablando en general, los escritos de Moisés, pero específicamente la ley moral, los diez mandamientos, de los cuales los escritos de Moisés primeramente derivaron su nombre. Por “los profetas” significa los escritos de los profetas tal como se encuentran en el Antiguo Testamento.
 
Algunos dicen que la ley aquí mencionada es solamente el Antiguo Testamento y que no se refiere específicamente a los diez mandamientos. Pero que se refiere más que meramente a los escritos de Moisés en general, es evidente de las ilustraciones que Jesús dio.

 “"Oísteis que fue dicho a los antiguos: 'No matarás. El que mata será culpado del juicio'. Pero yo os digo, cualquiera que se enoje con su hermano, será culpado del juicio. Cualquiera que diga a su hermano: 'Imbécil', será culpado ante el sanedrín. Y cualquiera que le diga: 'Fatuo', estará en peligro del fuego del infierno. Por tanto, si al llevar tu ofrenda al altar, te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, y ve a reconciliarte primero con tu hermano. Entonces vuelve, y ofrece tu ofrenda. Reconcíliate pronto con tu adversario mientras estás con él en el camino; no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez te entregue al guardia, y seas echado en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí, hasta que pagues el último centavo.

Oísteis que fue dicho: 'No cometerás adulterio'. Pero yo os digo, el que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti. Es mejor que pierdas uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti. Es mejor que pierdas uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. También fue dicho: 'Cualquiera que se divorcia de su esposa, dele carta de divorcio'. Pero yo os digo, el que se divorcia de su esposa, a no ser por fornicación, la expone a cometer adulterio. Y el que se casa con la divorciada, comete adulterio”. Mat. 5:21-32.
 
Jesús seleccionó aquí dos de los diez mandamientos para mostrar cómo Él cumplía la ley. El mandamiento, “no matarás”, explicó, posee un más profundo significado de aquel que meramente significa quitarle la vida a un hombre. Cualquiera que odie a su hermano ya ha dado el primer paso para transgredirlo. Al decir esto, Cristo corrige el concepto que algunos tenían de que la guarda de los mandamientos era meramente un cumplimiento externo que no tocaba el estado interno del corazón. Él interpreta la ley como siendo definitivamente espiritual, como aplicándose a la mente y al corazón, y no como siendo apenas una mera regla de conducta externa.

 Esto mismo Él lo enfatizó nuevamente en Su interpretación del séptimo mandamiento. “No cometerás adulterio”. Los hombres pueden transgredir este mandamiento en sus mentes como también a través de acto abierto; y tanto el uno como el otro son ciertamente una transgresión.

 De estas interpretaciones estamos en terreno seguro cuando decimos que la ley aquí mencionada, en una forma específica y definida, se refiere a los diez mandamientos. De tal manera que lejos de querer destruir esta ley, Él la magnifica, muestra su carácter altamente abarcante, y anuncia que el que la transgrede aun en pensamiento “debe estar en peligro del infierno de fuego”. Mat. 5:22, RV. Cristo no dejó ninguna duda en la mente de nadie en relación a dónde Él estaba posicionado con respecto a la ley. Él se posicionó firmemente en relación a los diez mandamientos, diciendo que “ni una jota ni un tilde de ninguna manera pasarán de la ley, hasta que todo sea cumplido”. Cualquiera que quiebre uno de estos pequeños mandamientos, y los enseñe así a los hombres, será llamado menor en el reino del cielo; mientras que aquel que los haga y los enseñe será llamado grande.

 Es de incumbencia de cada profesor de religión hacer conocida su posición en relación a la ley. Los hombres tienen el derecho de saber si la religión que él enseña posee un respaldo de la ley y del orden, o si pertenece a uno de esos movimientos irresponsable que exigen privilegios pero que rehuyen las responsabilidades. Especialmente en estos días, donde prevalece la falta de ley, la posición de todo movimiento religioso en relación a la ley, debiera ser clara. Cristo definió Su posición al comienzo de Su carrera. Todo profesor de religión debiera hacer lo mismo.

 

Cristo y los Fariseos

 

 Cuando Cristo tomó los dos mandamientos, “no matarás” y “no cometerás adulterio”, y mostró su aplicación espiritual, Él estaba cumpliendo aquello que había sido profetizado de Él: “El Señor se complació por amor de Su justicia; Él magnificará la ley, y la hará honorable”. Isa. 42:21. El contexto muestra que esto es una definida profecía Mesiánica. Cristo por lo tanto cumplió esta profecía. Él levantó la ley más alto que la masa de mezquinas restricciones con las cuales los escribas y fariseos la habían sobrecargado, y la restauró a su debido lugar. Nadie necesita temer que Cristo vino a destruir la ley. Al contrario, Él vino a magnificarla, a hacerla honorable. Los fariseos, a través de sus reglas, la habían minimizado y la habían ridiculizado.

 

Los Dos Mandamientos

 

 Considere los dos mandamientos que Cristo usó a modo de ilustración, sin duda con algún propósito.

 “No matarás”. Existían entre los fariseos aquellos que habitualmente llevaban una escoba con la cual se abrían paso delante de ellos, para no tener que pisar algún insecto o algún gusano y así matarlo. Sus corazones podían llenarse de odio hacia Cristo, aun podían estar en ese mismo momento planeando cómo quitarle la vida a Aquel que había venido del cielo para mostrarles el camino de la salvación, pero esto no les impedía llevar ostensivamente su escoba y exhibir así su justicia delante de los hombres. Al hacer esto le estaban dando a las personas un concepto totalmente errado del significado de la ley. Ellos, y el pueblo también, necesitaban a alguien que les mostrase  su verdadero significado, que cumpliese sus demandas. Esto hizo Cristo. Todos los que escuchaban las explicaciones de Cristo del sexto mandamiento, sabía que si quería guardar la ley, tendría que observar sus pensamientos; que no era suficiente llevar una escoba; que era el corazón el que contaba; y que el odio era una transgresión de la ley. En el fondo de sus corazones ellos sabían que Cristo estaba en lo correcto y que los fariseos estaban errados.

 “No cometerás adulterio”. Este era el otro mandamiento al cual Cristo llamó la atención y que Él usó como una ilustración. Los fariseos no ignoraban los valores espirituales de la ley, y este conocimiento era su condenación. Ellos sabían muy bien que Dios requería “verdad en las partes internas”, y que los “sacrificios de Dios son un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y un corazón contrito, oh Dios, no despreciarás”. Salmo 51:6, 17. Pero ellos escogieron ignorar estos consejos y en confinar sus actividades religiosas en aquello que podía ser visto y apreciado por los hombres, de los cuales recibían alabanza. Para no ser tentado en codiciar una mujer, algunos se taparían a sí mismos, y así pensaban que estaban salvos, no importando cuán grande fuese la perversión y el deseo que hubiese en transgredir la ley. Cristo desenmascaró toda esta hipocresía cuando declaró dijo que “dentro, del corazón de los hombres, procede todo pensamiento malo, adulterios, fornicaciones, asesinatos, robos, codicias, impiedades, engaños, lascivia, un ojo malo, blasfemia, orgullo, tonteras; todas estas cosas vienen de adentro, y contaminan al hombre”. Mar. 7:21-23.
 
Cuando Cristo interpretó estos dos mandamientos, Él realmente estaba diciendo, “Dios mira el corazón. La ley es santa, justa y buena. Sean cuidadosos aun con las infracciones más pequeñas. Toda jota y tilde son llevados en cuenta. No os hagáis la idea de que la obediencia externa es todo lo que la ley requiere. Ella exige pureza de pensamiento y de vida. Es espiritual en su fundamento. Yo he venido a magnificar la ley y a hacerla honorable”. “A menos que vuestra justicia exceda la justicia de los escribas y de los fariseos, de ninguna manera entraréis en el reino del cielo”.
 
Las palabras de Cristo deben haber herido en lo más íntimo a los fariseos. Ellos eran orgullosos de su reputación debido a su exactitud legalista. Ellos pagaban el diezmo de la menta, del anís y del comino. Alguno de ellos ayunaban dos veces en la semana. Ellos le agradecían a Dios el no ser igual a los demás pecadores. Ellos hacían grandes filacterias, hacían largas oraciones, y atravesaban el mar y la tierra para hacer un prosélito. Y ahora Cristo decía en los oídos de la multitud, que a menos que su justicia excediese la de los fariseos, de ninguna manera entrarían en el reino. Más tarde en Su ministerio Él les dijo a los sacerdotes y a los ancianos “que los publicanos y las prostitutas entrarían en el reino antes que ellos”. Mat. 21:31. No nos asombremos que los líderes de Israel mirasen con recelo al joven Galileo, a quien las personas creían y lo seguían, pero que no reconoció a los oficiales del templo ni a los líderes religiosos, ni les dio el honor que ellos exigían.
 Si los fariseos habían esperado encontrar algún tipo de queja contra Cristo en relación a la ley, fueron decepcionados. Si pensaron que Él había venido a destruirla, como parecía evidente a partir de los pronunciamientos de Cristo, o para cambiarla o abrogarla, entonces habían errado totalmente Sus propósitos. Sus mala intención fue frustrada, y ellos mismos quedaron expuestos. Cristo creía en la ley. Así como los fariseos eran cuidadosos en las cosas más pequeñas, así Cristo no omitió ni una jota ni un tilde. Si ellos se apoyaban en la ley y en los profetas, Él también lo hizo. Pero en el concepto de la naturaleza de la ley, Cristo y los fariseos estaban tan separados como el Este del Oeste. Para los fariseos la ley era un conjunto de reglas que conducían la conducta externa del hombre, y por la cual podían juzgar a otros. Para Cristo la ley era un consejero espiritual y un amigo, un guía, una ayuda para la consciencia, un espejo para el alma, un revelador de la voluntad de Dios, un cercano aliado del Espíritu Santo para convencer a los hombres de pecado, de justicia y de juicio.

 

La Ley Moral Espiritual

 

 “Sabemos que la ley es espiritual”, dice Pablo. Rom. 7:14. A esto él añade a modo de contraste, “pero yo soy carnal, vendido al pecado”. Pablo no siempre pensó a respecto de sí mismo como siendo carnal, ni como si la ley fuese espiritual. Él dio este testimonio relacionado consigo mismo antes de su conversión, “en cuanto a la ley, fariseo; en relación al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que está en la ley, irreprensible”. Fil. 3:5-6. Esta era la manera en que Pablo se veía a sí mismo. Él era irreprensible en lo que a la ley se refería, como también todos los fariseos se consideraban a sí mismos. Su conducta era sin duda correcta en relación al comportamiento externo, y con eso ellos estaban satisfechos. Pablo era un joven ejemplar, un buen fariseo. Con los jóvenes podía decir, “todas estas cosas las he guardado desde mi juventud”. Mat. 19:20.

 

La Experiencia de Pablo

 

 Pablo, nacido en Tarsis, había sido traído a los pies del gran profesor, Gamaliel, en Jerusalén. Ahí, de acuerdo con su propia declaración, él fue “enseñado de acuerdo a la perfecta manera de la ley de los padres”. Hechos 22:3. Sin embargo, él consideraba su deber perseguir a los santos de Dios. “Yo llevaba a prisión y castigaba en cada sinagoga a aquellos que creían en Ti”, dice él. Hechos 22:19. “A muchos santos puse en la prisión, habiendo recibido autoridad de los principales sacerdotes, y cuando eran muertos, yo daba mi voto contra ellos. Y los castigaba a menudo en todas las sinagogas, y los compelía a blasfemar; y siendo excesivamente malo contra ellos, los perseguí aun hasta las ciudades extranjeras”. Hechos 26:10-11. De esto, es fácil ver que aun cuando Pablo había sido “enseñado de acuerdo a la perfecta manera de la ley”, su entendimiento de la ley no era perfecto. Era necesario que él obtuviese una opinión completamente diferente de sí mismo y de la ley.

 Este cambio en su experiencia vino mientras él estaba en el camino hacia Damasco, persiguiendo a los santos de Dios. Al medio día una gran luz repentinamente lo iluminó desde el cielo, y Pablo cayó ciego al suelo. Él escuchó una voz que reconoció como siendo la de Jesús de Nazaret, y esta voz le mandó a que siguiese hasta la ciudad, donde se le diría lo que tenía que hacer.

 Tres días de tinieblas lo siguieron, pero entonces la luz surgió en su obscurecida alma, y el antiguo perseguidor se volvió un seguidor del humilde Nazareno. Él pensaba que había sido un buen hombre. Pero ahora se vio a sí mismo bajo una luz diferente. No fue más el orgullosos fariseo que se jactaba de la ley. Se vio a sí mismo como un pecador que necesitaba ayuda y perdón. Cayó sobre la Roca y fue quebrantado. Pablo era un nuevo hombre.

 Hasta este momento Pablo se había considerado a sí mismo irreprensible; él creía que había guardado la ley y que había hecho todo lo que ella mandaba. Ahora se vio a sí mismo bajo una nueva luz, la cual no era nada halagadora. Él vio los aspectos espirituales de la ley como nunca los había visto antes, y también se vio a sí mismo como carnal, visión ésta que no tenía antes. Este cambio lo produjo el Espíritu de Dios, el cual usó como medio los diez mandamientos. Pablo lo expresa así: “yo no había conocido el pecado, sino a través de la ley; yo no había conocido la codicia, si la ley no dijese, no codiciarás”. Rom. 7:7.

 Toda la fuerza de este mandamiento no la había conocido él antes. Él había sido cuidadoso con su conducta; él había sido “irreprensible” en la ley. Pero ahora el mandamiento, “no codiciarás”, lo golpeó con toda su fuerza. Él comprendió que los mandamientos toman conocimiento no apenas de los actos externos, sino que de los pensamientos e intentos del corazón. Él había sido capaz de controlar su comportamiento externo, pero sus pensamientos le revelaban un estado de corazón para el cual él no conocía ningún remedio. La ley ceremonial de los Judíos proveía un sacrificio para todo aquel que hubiese transgredido la ley inconscientemente. Pero no había ningún remedio provisto para cualquiera cuyos pensamientos fuesen errados. Un hombre podía ser perdonado por robar si es que él quería devolver lo que había tomado, y tenía que adicionar un quinto del total, y además tenía que traer el sacrificio solicitado. Lev. 6:1-7. Pero no había ninguna provisión para el hombre que codiciaba. Él podía ser perdonado de la misma manera en que nosotros somos perdonados, pero no había ninguna provisión en la ley de Moisés para esto. Para pecados de esta naturaleza él tenía que ir directamente al Señor.

 

Una Ley Espiritual

 

 Fue el mandamiento, “no codiciarás”, el que hizo con que Pablo apreciase la naturaleza espiritual de la ley. Ahora entendió que la ley no lidia apenas con la conducta externa, sino que también con el corazón. Ahora vio que no había remedio para los pecados de la mente, sino fuese por Cristo. Ahora podía anunciarle al mundo su gran descubrimiento que había sido tan importante para él: “Que sea por lo tanto conocido ante vosotros, hombres y hermanos, que a través de este Hombre os es predicado el perdón de pecados; y por Él todo aquel que cree es justificado de todas las cosas, de las cuales no podíais ser justificados por la ley de Moisés”. Hechos 13:38-39.
 
Codiciar no es un acto abierto de pecado. No es hacer algo malo; es pensar mal. La codicia es un estado de la mente; no es cometer el pecado, sino desear hacerlo. La mente es la última cosa que será llevada totalmente bajo control. Muchas personas pueden controlar su comportamiento externo; ellos hasta pueden controlar su manera de hablar; pero sus mentes son malas. En medio de la más solemne reunión, de repente son llevadas a entender la profunda naturaleza del pecado. Pensamientos por los cuales ellos se avergonzarían si fuesen conocidos por sus amigos, surgen en sus mentes, y en angustia de espíritu gritan pidiendo ayuda. Aun cuando saben que ellos no son responsables por estas impías sugestiones de Satanás, están horrorizados con las posibilidades que estos sugieren. Con un corazón y un espíritu humilde, ellos envían una petición al Único que puede ayudarlos. Ellos claman por un corazón limpio; quieren que la fuente sea limpiada. Ellos obtienen una nueva visión de su necesidad de ayuda desde lo alto, y entienden como nunca antes, que si el árbol es corrupto, no hay ninguna manera en que pueda producir buenos frutos.
 
Fue una experiencia como esta la que le sucedió a Pablo mientras consideraba el mandamiento, “no codiciarás”. Él vio la abismante profundidad de la iniquidad en su propio corazón. Él pensaba que había sido irreprensible en la ley; él pensaba que la había guardado; pero cuando el mandamiento vino, el pecado revivió. Entonces supo que la ley era espiritual, y que él era carnal. Siempre había considerado el mandamiento como santo, justo y bueno, y también pensaba que él era santo, justo y bueno. “Pero cuando vino el mandamiento, el pecado revivió, y yo morí. Y el mandamiento, que había sido ordenado para vida, encontré que era para muerte”. Rom. 7:9-10.

 Aquellos que hoy toman la ley superficialmente, nunca han pensado muy profundamente a su respecto, ni se han visto a sí mismos en su luz como lo hizo Pablo. Pablo aprendió dos cosas en su conversión: que la ley es espiritual, y que él era carnal. Los hombres precisan esa misma lección hoy en día. Muchos concuerdan con el autoanálisis que hace Pablo, “en cuanto a la justicia que hay en la ley, irreprensible”. Esa era la estimación de Pablo, y esa es la estimación de ellos también: “irreprensible”. Ellos, y todos nosotros, precisamos un entendimiento más profundo de nuestros propios corazones como también de la abundante gracia de Dios.

 Dejemos bien claro de una vez por todas que la ley es espiritual. Nunca debemos pensar que Dios pudiera estar satisfecho con una justicia externa solamente. Dios mira el corazón. Él está interesado en el hombre interior, mucho más que en el exterior. De tal manera que su regla de conducta incluye a todo el hombre, cuerpo, alma y espíritu.

 Fue esta concepción de la ley que Cristo estaba deseoso que sus oyentes recibiesen cuando Él les dirigió su primer importante sermón sobre la ley. Cristo había estado presente cuando la ley fue anunciada con solemnidad en el monte Sinaí. Él conocía la tremenda importancia espiritual de cada declaración de la ley. Él sabía cuán completamente inadecuada, a la vista de Dios, es la mera observancia externa de los requerimientos de la ley, y Él estaba profundamente apenado que los profesores de Su pueblo tuviesen un tan bajo concepto de la expresa voluntad de Dios. Él sabía que todo esto tenía que ser cambiado. Por lo tanto no perdió tiempo en declarar Su posición sobre la ley.

 

El Lugar de la Ley en la Enseñanza de Cristo

 

 Cristo no trató la ley como una representación formal, fría y legal. Para Él era el camino de la vida, y no una serie de prohibiciones. Él creía, tal como lo hizo Pablo, que el “mandamiento... fue ordenado para vida”. Rom. 7:10. De todo corazón podía decir: “Me deleito en hacer Tu voluntad, Oh mi Dios; si, Tu ley está escrita en Mi corazón”. Salmo 40:8. Él había inspirado al salmista a decir: “Amo Tus mandamientos más que el oro; si, más que el puro oro”, “y Tu ley es mi delicia”. “¡Oh cuánto amo Tu ley! Es mi meditación todo el día”. “Tus testimonios son maravillosos”. “Guardaré los mandamientos de mi Dios”. Salmo 119:127, 174, 97, 129, 115. Que esta concepción no era un mero sentimiento en Cristo, sino que una viva realidad, es evidente en la manera en que Él aplicó la ley en los casos específicos. Consideremos dos de estos casos.

 

El Hombre Joven y el Abogado

 

 En cierta ocasión un hombre joven vino a Jesús “y le dijo, buen Maestro, que buena cosa haré para, de tal manera que tenga la vida eterna? Y Él le dijo, ¿por qué me llamas bueno? No hay ningún bueno sino uno, esto es, Dios; pero si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Él le dijo: ¿cuáles? Jesús dijo, no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y, ama a tu prójimo como a ti mismo. El joven le dijo, todas esas cosas las he guardado desde joven. ¿Qué más me falta? Jesús le dijo, si quieres ser perfecto, anda y vende lo que tienes, y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y ven y Sígueme. Pero cuando el joven oyó eso, se fue apenado, porque tenía grandes posesiones”. Mat. 19:16-22.
 
Algunos pueden quedarse un poco perplejos con la respuesta que Jesús le dio a este joven cuando este le pregunta qué debe hacer para tener vida eterna. “Guarda los mandamientos”, le dijo Jesús. Cuando el joven le pregunta a qué mandamientos se estaba refiriendo, Jesús le dijo que se estaba refiriendo a la ley de Dios tal como estaba en los diez preceptos. ¿Por qué Jesús le dijo esto, cuando debiera haberle dicho que tuviese fe, o que le diese su corazón a Dios, o cualquier otra cosa que fuese apropiado para tal ocasión?
 
Que esta no fue la única vez en que Jesús respondió de esta manera es evidente tomando en cuenta el registro. En otra ocasión un abogado se levantó y preguntó: “Maestro, ¿qué haré para tener la vida eterna?”. Luc. 10:25. A este Jesús le respondió: “¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Él respondiendo dijo, amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente; y amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y Él le dijo, has respondido bien; haz eso y vivirás”. Luc. 10:26-28.
 No puedo suponer que Jesús haya tratado livianamente sus preguntas y que le haya dado respuestas que no estén en armonía con los hechos. Pero si esta es realmente la respuesta a la pregunta de cómo se puede ganar la vida eterna, ¿cómo podemos explicar o justificar la respuesta? Parece tan diferente de la respuesta que los ministros de hoy dan, que se hace necesaria una buena explicación. Si Jesús estuviese aquí hoy, y si un miembro de alguna asociación ministerial le preguntase cómo se puede obtener la vida eterna, y Jesús le respondiese ahora como lo hizo entonces, sería considerado como un evangélico? Creo que sería altamente probable que se le exigiese que explicase Su respuesta.
 
Nosotros damos por garantizado que Jesús no bromeó con estos hombres en una materia tan vital como la de la vida eterna. Tenemos que creer que Él les dio una respuesta honesta, porque ciertamente nada menos que eso se esperaría de Él. ¿Qué es entonces lo que está implicado en la respuesta? Ciertamente esto es muy importante.

 El abogado, en respuesta a la pregunta de Jesús de cómo él leía la ley, había respondido: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Verso 27. El abogado entendía que la ley demandaba amor a Dios y amor al hombre. Cristo le dijo, “has respondido bien; haz eso y vivirás”.

 Si tomamos la interpretación de la ley de Jesús como la ley del amor, tal vez no veamos luz en la respuesta que Jesús le dio. “El amor es el cumplimiento de la ley”. Rom. 13:10. El propio Dios es amor. Su ley es amor. Cristo dice: “Si guardáis Mis mandamientos, permaneceréis en Mi amor; así como Yo he guardado los mandamientos de Mi Padre y he permanecido en Su amor”. “Jesús respondió y le dijo, si un hombre me ama, guardará Mis palabras, y Mí Padre lo amará, y vendremos y haremos nuestra morada con él”. “Si me amáis, guardad Mis mandamientos”. Juan 15:10; 14:23, 15.

 

Necesidad de un Nuevo Punto de Vista

 

 Aparentemente necesitamos un nuevo punto de vista de la ley de Dios. No es, como algunos dicen, un yugo de esclavitud; no es un capataz exigente; no es un lazo de restricción. Es una ley gloriosa de libertad, de amor, de guía amistosa. Es ordenada por Dios, una transcripción de Su propio carácter, la más preciosa cosa que hay en el santuario celestial, el fundamento de la misericordia y del glorioso plan de la salvación. Es mantenida en el corazón de Cristo, libre de cualquier posible daño que pudiera sucederle. Salmo 40:8. Es la perfecta personificación de la voluntad de Dios, la suprema regla de vida. ¿Por qué debiera ser comparable a cualquier otra cosa? Refleja el mismo corazón y la mente del Todopoderoso.

 La ley de amor es la ley de vida. Ningún hombre que no ame a Dios puede ser salvo. Pero “este es el amor de Dios, que guardemos Sus mandamientos”. 1 Juan 5:3. Ningún hombre puede ser salvo si no conoce a Dios. Pero “aquel que dice, yo lo conozco, y no guarda Sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él”. 1 Juan 2:4. Ningún hombre puede ser salvo si continua pecando. Y “pecado es la transgresión de la ley”. 1 Juan 3:4. Si, por lo tanto, vamos a ser salvos, tenemos que amar a Dios y guardar Sus mandamientos. Si decimos que amamos a Dios, tenemos que probar que lo amamos de la manera en que Él lo demanda. T5enemos que parar de transgredir la ley; porque “pecado es la transgresión de la ley”. Al terminar Su obra en la tierra, Cristo pudo decir: “He guardado los mandamientos de Mi Padre, y he permanecido en Su amor”. Juan 15:10. Si seguimos Su ejemplo, no debemos alejarnos de esto.
 
Con la definición de Cristo en mente de que la ley de Dios es la ley del amor, y que de esto depende toda la ley y los profetas, aceptamos Su declaración de la ley como siendo el camino de vida. No hay otro camino. “Aquel que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”. 1 Juan 4:8. Conocer a Dios es sinónimo de vida eterna. Juan 17:3. Si, por lo tanto, no conocemos a Dios a menos que Lo amemos, y que el conocimiento de Dios es vida eterna, y que la única manera que “sabemos que Lo conocemos es si guardamos Sus mandamientos”, y este guardar de los mandamientos “es el amor de Dios”, nuevamente estamos encerrados en la proposición de que la ley de Dios juega un papel preponderante en nuestro relacionamiento con Dios. 1 Juan 2:3; 5:3. Solo colocando en peligro nuestras almas podemos negligenciarla. Esa fue la enseñanza de Jesús, y, siendo la enseñanza de Jesús, también es la enseñanza de todos los que Lo siguen.



 
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