Biblia Adventista - Biblia de Estudio
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Las Palabras.

Se dice que las palabras son el vehículo de las ideas. Sin ellas no habría comunicación. Puesto que una definición de predicación es esa de “comunicación de la verdad bíblica”, para el propósito de este artículo debemos enfatizar que las palabras son la materia prima de la predicación. Sin ellas no habría predicación. Pensemos en ellas en el contexto de esta actividad magnífica que es parte de nuestras vidas; esto es, de las vidas de nosotros, cristianos que cuando es posible comunicamos la verdad de Dios desde un púlpito o un atril. Aumentemos nuestro caudal de ellas. Un comunicador de la Palabra hará bien en poseer un vocabulario extenso. Que a la hora de querer decir algo, encuentre la palabra adecuada. Uno enriquece su vocabulario leyendo; entonces, lea, lea y lea. Sea hombre de libros. Pero de buenos libros. En nuestro hermoso idioma hay autores maravillosos y los grandes de la literatura universal han sido traducidos al español. Léalos. (Puedo extenderme mucho en esto, pero creo que mi punto ya está expresado) Luego, use el diccionario. Cuando en su lectura se tope con una palabra nueva, vaya al diccionario. Si vuelve a toparse con la misma palabra y no recuerda su significado, vaya al diccionario otra vez. Use el diccionario de sinónimos. Pronunciemos bien las palabras. ¿Algunas palabras le parecen difíciles? Fíjese como dicen esas palabras los buenos predicadores, los buenos oradores. El idioma nuestro, con sus acentos ortográficos y sus reglas básicas de pronunciación hace la tarea fácil. No diga “váyamos” como muchos en mi entorno. Esa palabra, como la mayoría, es llana, esto es no lleva acento que se pueda leer: Por lo tanto se acentúa al pronunciarla en la penúltima sílaba: “vayamos”. Las palabras que terminan en d, l, r. (ciudad, capital, caminar) se acentúan en la última sílaba al pronunciarlas, aunque no al escribirlas. Para aprender la pronunciación correcta de las palabras lea en voz alta, fijándose si están acentuadas y dónde lo están. Nuevamente, leer es imprescindible. (Sin querer hacer un punto más de esto, déjeme decirle: Lea, pero lea bien. Qué desesperante es escuchar a uno que está predicando, leer mal un pasaje de la Palabra bendita. Para aprender a leer bien, es necesario leer, fijándose en los puntos, las comas, los signos de admiración y de interrogación; fijándose en los acentos. Como de casi todo, de la lectura se puede decir: “A leer se aprende leyendo, como a andar se aprende andando”). Usemos bien las palabras. Démosles el significado correcto. Una vez alguien me preguntó qué quería decir la palabra “prez” (que aparece en un himno que yo he cantado muchas veces). Confieso con vergüenza que dije que me parecía que quiere decir “oración”. Después fui al diccionario el cual me dijo no solamente el significado de la palabra, sino me gritó que debería recurrir a él con más frecuencia. (si usted no sabe lo qué significa esa palabra, vaya al diccionario; tal vez se lleve una sorpresa). He aquí una regla básica: Si usted no está seguro del significado de una palabra, no la use. No quede en vergüenza. Uno usa las palabras que cree saber, pero puede equivocarse, así es que cada vez que podamos, cerciorémonos. He escuchado a un hermano usar varias veces en público la palabra “convalecer” queriendo decir “estar enfermo”. Otro usó y repitió enfáticamente la “palabra” “escuelar”. Pero como usted y yo sabemos, no hay tal palabra. Usemos las palabras con precisión. Hay diferencia entre “mirar” y “ver” y entre “oír” y “escuchar”. Como la diferencia es sutil, generalmente las usamos intercambiablemente. Pero qué delicia es escuchar a un orador usar las palabras en forma precisa. Tratemos de lograr eso. No obstante el consejo, aquí es necesario poner un letrero que diga ¡Cuidado! Debo extenderme en esto. En la medida que uno aumenta su vocabulario, tiene a la mano más palabras que le permiten escoger la palabra precisa. Magnífico. Pero muchas veces resulta que entre más precisa la palabra, más inusual. Por ejemplo, la palabra “panegírico” es muy precisa, maravillosamente precisa. (a propósito no la defino para que si usted no la conoce practique el ir al diccionario). Desafortunadamente esta palabra no pertenece al vocabulario de cada día de la generalidad de las gentes. Ha de recordarse que las palabras son para comunicar las ideas. Si la palabra es desconocida para el oyente, la idea se queda sin llegar a su mente. Uno puede usar la palabra perfecta para el caso, la que expresa con gran precisión la idea que queremos comunicar, pero precisamente allí está el peligro, porque se corre el riesgo de que la generalidad de los oyentes no la conozca y en vez de comunicar nuestra idea, impida la comunicación. Qué triste es que nuestro oyente, quien tanto necesita saber de Cristo y de su amor, se diga en la banca: “No entiendo”. Eso me trae a la memoria aquellas palabras de Pablo: “...no fui con excelencia de palabras o de sabiduría.”. Pablo, un hombre educado, decidió evitar ciertas palabras que él conocía, no fuera a ser que no fuera entendido por los corintios. ¿No ha tenido usted la mala experiencia de oír a un predicador que usa un vocabulario elevado solamente para presumir de su excelencia retórica? Qué cosa tan fea. Ya visto todo, uno concluye que es muy difícil lograr el equilibrio entre la precisión y la sencillez. Pongamos la cosa así: Seamos precisos, pero en primer lugar seamos entendibles. Ah, las palabras... nuestras aliadas celosas, que están allí para ayudarnos a comunicar la Verdad, pero que si no hacemos un buen uso de ellas pueden convertirse en nuestras enemigas. Afortunadamente el estudio de las palabras y la práctica de nuestra hermosa actividad de expositores de la Palabra Santa harán que cada vez seamos mejores en la utilización de ellas.
  
 

 
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