Biblia Adventista - Biblia de Estudio
  Bajo la Gracia
 
Bajo la Gracia
M.L.Andreasen

 

Bajo la Gracia

 Los Judíos tenían muchos días de fiestas y Sábados, los cuales los cristianos no tienen que observar. Siete de estas fiestas son mencionadas en Levítico 23. Incluían la Pascua Judía, el Pentecostés, el Día de la Expiación, y la Fiesta de los Tabernáculos. Estas fiestas eran días santos para los Judíos, y eran llamados sábados, pero son definitivamente distinguidos del séptimo día Sábado del Señor, el cual no está de ninguna manera conectado con las observancias ceremoniales.
 
“En el séptimo mes, en el primer día del mes, tendréis un sábado, un memorial de tocar las trompetas, una santa convocación”. Lev. 23:24. El primer día del séptimo mes puede caer en cualquier día de la semana, así como también ocurre con el primer día de cualquier mes hoy en día. Pero tenía que ser un sábado. Nuevamente, “En el décimo día de este séptimo mes habrá un Día de Expiación... Será para vosotros un sábado de descanso”. Versos 27, 32. El primer día del séptimo mes y el décimo día de cualquier mes siempre caerán en diferentes días de la semana; pero ambos son llamados sábados.
A través del año habían siete fiestas, las cuales caían en diferentes días de la semana, y en diferentes meses;  pero todos eran sábados. Sin embargo, era claramente observado, que “estas son las fiestas del Señor, las cuales proclamaréis como santas convocaciones, para ofrecer una ofrenda hecha mediante fuego al Señor, una ofrenda quemada, y una ofrenda de carne, un sacrificio, y ofrendas de bebidas, todo a su debido tiempo, fuera de los Sábados del Señor”. Versos 37-38. Aquí se hace una distinción entre las siete fiestas anuales y los Sábados del Señor. Dios no los mezcla.

 Es a estos sábados anuales que Pablo hace referencia cuando dice que no deben ser más observados.

 “Que nadie os juzgue por comida, o bebida, o respecto a un día santo, o de la luna nueva, o de los días sábados, los cuales son una sombra de las cosas venideras, pero el cuerpo es de Cristo”. Col. 2:16-17.

 Compare este texto con el citado anteriormente, y verá que hablan de las mismas cosas, de comidas y bebidas y días de fiesta. Estas fiestas son “fuera de los Sábados del Señor”, y son separados de estos. No debemos confundir el séptimo día Sábado del Señor con los sábados anuales de los Judíos. Tienen que ser cuidadosamente distinguidos. El séptimo día Sábado estaba incluido en los diez mandamientos escritos en piedra. Los días de fiesta hacían parte de la ley ceremonial abolida por Cristo.

 

Una Cuestión Interesante

 

 ¿No dice Pablo que Cristo eliminó “el acta de los decretos que había contra nosotros, la cual nos era contraria, quitándola del camino, clavándola en Su cruz”? Si, Pablo dice esto en Col. 2:14.

 En este texto el Rev. Thomas Hamilton, en su libro Nuestro Día de Descanso, el cual ganó el primer premio entre los muchos ensayos sometidos a análisis en relación a la cuestión del domingo en una reunión efectuada en Escocia, dice lo siguiente:

 “Solamente a otro argumento, en esta parte del asunto, creemos necesario analizar. Se dice que Cristo, habiendo satisfecho a través de Su obra expiatoria la ley de Dios, que esa ley ha sido dejada a un lado, para nosotros, para siempre. Se cita el texto, ‘habiendo anulado el acta de los decretos que había contra nosotros’. Ahora, este argumento está simplemente basado en una confusión de pensamiento. Sufrir la penalidad de una ley no elimina esa ley. Ni tampoco la perfecta obediencia a una ley la elimina. Pero estas dos cosas constituye lo que Cristo hizo. Él hizo una perfecta obediencia a la ley, y Él llevó por Su pueblo su mayor penalidad. Ninguna de estas dos obras de Cristo, ni ambas juntas, ameritan la abolición de la ley. Cuando un criminal sufre en un patíbulo, eso significa algo muy diferente que la abolición de la ley, la cual él ha ofendido. Significa exactamente lo contrario. Manifiesta la fuerza de la ley. Su muerte magnifica la ley. No hay ninguna duda de que Cristo ha ‘anulado el acta de los decretos que había contra nosotros, quitándolos del camino, clavándolos en Su cruz’. La referencia en este fino pasaje es hacia la práctica en Palestina, de un acreedor, cuando su deuda era eliminada, colocando un clavo sobre la obligación, significando así que estaba cancelada. Cristo hizo eso. Nuestro rescate ha sido pagado, y no debe ser pagado nuevamente por nosotros. Pero ese acto Suyo ‘magnifica la ley, y la hace honorable’; y justamente en la proporción en que apreciemos la grandeza de la obra del Redentor y entremos en su espíritu, continuamente honraremos la ley de Dios en nuestros corazones y en nuestras vidas, no diciendo que no tenemos nada que ver con ella, sino que siguiéndolo en Sus pasos en esto y en todas las cosas, y luchando para mantenerla en alto lo mejor que podamos”. Página 63.
 
Este es un excelente testimonio, especialmente en vista del hecho de que el ensayo del Reverendo Hamilton fue considerado por el comité examinador como siendo el mejor de todos los ensayos sometidos a favor del domingo, y ganó el primer premio.

 

Otra Cuestión

 

 Hay otro texto que debemos ahora considerar. Vamos a colocar todo el pasaje, para que podamos entender.
 
“Recibid al débil en la fe, sin criticar opiniones. Porque uno cree que se puede comer de todo, otro que es débil, come vegetales. El que come, no menosprecie al que no come; y el que no come, no condene al que come; porque Dios lo ha recibido. ¿Quién eres tú para juzgar al siervo ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae. Pero se afirmará, porque el Señor tiene poder para sostenerlo. Uno da preferencia a un día más que a otro. Otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su mente. El que observa cierto día, lo observa en honor del Señor. El que come, come en honor del Señor, porque da gracias a Dios. El que no come, no come en honor del Señor, y da gracias a Dios”. Rom. 14:1-6.

 Este texto, el mismo que citamos de Col. 2:16-17, lidia con comidas, lo que se debe y no se debe comer, y también con días. No se refiere al séptimo día Sábado del Señor; de hecho, el Sábado ni siquiera es mencionado. El argumento, como se verá de la lectura de todo el capítulo, lidia con el juzgamiento de los hermanos, en relación a lo cual Pablo recomienda, “Por tanto, no nos juzguemos más unos a otros”. Rom. 14:13. Fue simplemente una fase de la antigua cuestión de “comidas y bebidas, y diversas abluciones, y ordenanzas carnales, impuestas hasta el día de la reforma”. Heb. 9:10. No tiene nada que ver con el Sábado del Señor, sino que está relacionado con aquellas cuestiones tales como la observancia del día del pan ázimo, el día de tocar las trompetas, el Día de la Expiación, etc. Pablo dice en efecto: “Si quieren observar estos días, háganlo, pero no juzguen a los demás”.

 

Las Dos Ministraciones

 

 Otro pasaje demanda nuestra consideración. Es el famoso pasaje de Pablo en 2 Cor. 3:1-11.

 “¿Empezamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿Necesitamos, como algunos, carta de recomendación para vosotros, o de parte de vosotros? Nuestra carta sois vosotros, escrita en nuestro corazón, conocida y leída por todos los hombres. Es manifiesto que sois carta de Cristo, resultado de nuestro ministerio, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las páginas palpitantes del corazón, Y esa confianza tenemos por medio de Cristo ante Dios. No que seamos competentes para atribuirnos que algo sea de nosotros mismos, sino que nuestra suficiencia viene de Dios. El nos capacitó para ser ministros de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu.  Porque la letra mata, pero el espíritu da vida. Y si el ministerio que trajo muerte, escrito y grabado en piedra, fue con tal gloria, que los israelitas no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, a causa de la gloria de su rostro, a pesar de ser pasajera, ¡cuánto más glorioso no será el ministerio del espíritu! Si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más glorioso es el ministerio que trae justificación. Porque lo que fue glorioso, no es glorioso ahora, en comparación de la gloria superior. Porque si lo que es pasajero tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece”.
 
Las cuatro expresiones que nos interesan especialmente son la “ministración de los muertos, escrita y grabada en piedras”, en el verso 7, la cual es contrastada con la “ministración del Espíritu” en el verso 8; y las otras dos expresiones están en el verso 9, la “ministración de la condenación”, de la cual se dice que fue “gloriosa”, y la “ministración del Espíritu”, de la cual se dice ser “más gloriosa”, y “excede en gloria”.
 
Primero, establezcamos que lo que fue escrito y grabado en piedras fue la ley de los diez mandamientos. Verso 7. Pablo dice en otro lugar que “el mandamiento que fue ordenado para vida, yo encontré que fue para muerte. Porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató”. Rom. 7:10-11. Los mandamientos fueron dados para vida. Sin embargo, si alguien los transgrede, descubrirá que son para muerte. Que todos observen esto. Para el transgresor, la ley de vida se vuelve ley de muerte.

 Sin embargo, no son los mandamientos como tales lo que Pablo analiza en Corintios, sino su ministración. Es la ministración de la muerte lo que está en consideración. ¿Qué quiere decir esto?
 
Para enseñar a Israel que significaba muerte el violar los mandamientos, fue instituido todo el servicio sacrificial. Cuando un hombre había pecado, tenía que traer su ofrenda, colocar sus manos sobre la ella, y matarla. (Ver Lev. 4:4, 15, 24, 29). Observe la repetición de estos versos, “matar el buey”, “el buey debe ser matado”, “matarlo”, “matar la ofrenda por el pecado”. Todo esto e4ra para imprimir la seriedad del pecado sobre Israel. Ellos aprendieron de esto, que el pecado significa muerte.
 Es esta ministración de muerte a la cual Pablo llama “gloriosa”.

¿Cómo podía llamarla de esa manera? Porque todas las ofrendas apuntaban a Cristo y a Su muerte, y en ese sentido eran gloriosas. Pero más que eso aun. A través de estas ofrendas se obtenía el perdón. Cuando un israelita traía su ofrenda y confesaba sus pecados, la promesa era, “se les perdonará”, “se le perdonará”, “se le perdonará”, “se le perdonará”. Lev. 4:20, 26, 31, 35. Estar seguro del perdón del pecado era una gloriosa experiencia para los hijos de Israel. Aun cuando era una ministración de muerte, porque el buey o el cordero era matado, pero el hombre se iba perdonado, una clara e impresiva lección en tipo de Cristo, el cual moriría, y a través de cuya muerte el perdón podría ser obtenido. Esta es la ministración a la cual Pablo llama de gloriosa.

 

Ministración del Espíritu

 

 Pero esta gloriosa ministración tenía que desaparecer; esto es, todo el sistema sacrificial sería abolido, y otra ministración tomaría su lugar. Esta nueva ministración es llamada la ministración del Espíritu y la ministración de la justicia. Es maravilloso ser perdonado; pero hay algo aun mucho más glorioso. Fue maravilloso en los días antiguos, para una persona que había pecado, traer una ofrenda, matarla, e irse con la seguridad de tener sus pecados perdonados. Pero eso, después de todo, era apenas algo en tipo. La sangre de toros y machos cabríos nunca pueden eliminar el pecado. Pero la sangre de Cristo sí puede. Nosotros, en esta dispensación, no necesitamos traer un cordero para ser matado. Cristo ha muerto por nosotros. Él es el Cordero de Dios. “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. 1 Juan 1:9. Él es la realidad, de la cual lo otro era un tipo. Aquello fue glorioso para ellos; esto excede en gloria.
 
Pero hay más envuelto en esto. La ministración de la muerte funcionaba solamente cuando el pecado había sido cometido. La ministración del Espíritu es más gloriosa, ya que funciona para prevenir el pecado. Tal como se ha observado anteriormente, es glorioso ser perdonado, pero más glorioso aun es ser guardado de pecar. Y esto es lo que significa la ministración del Espíritu. “Caminad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne”. Gal. 5:16. Esta promesa es tan definida como esta otra: “El pecado no tendrá dominio sobre vosotros”. Rom. 6:14. A través de la agencia del Espíritu “la justicia de la ley puede ser cumplida en nosotros, los que no andamos conforme a la carne, sino que conforme al Espíritu”. Rom. 8:4. La “ministración de la justicia” es “más gloriosa” en que a través de ella la ley es cumplida en nosotros en vez de ser quebrada como lo era antiguamente. Y así “el Espíritu es vida debido a la justicia”.
 
Por lo tanto tenemos en Corintios contrastadas dos ministraciones, una de muerte, ocasionada por el quiebre de la ley, y una del Espíritu, debido a la guarda de la ley. Una es un ministerio de perdón, glorioso en sí mismo, pero no como para ser comparada a la ministración del Espíritu, el cual es vida, debido a la justicia, al hacer lo correcto.

 Estas son las dos ministraciones que Pablo contrasta. No es la ley, sino las ministraciones de la ley, lo que está siendo analizado. Uno era de muerte, debido a su transgresión; el otro era de vida, porque a través del Espíritu la justicia de la ley era cumplida. Este pasaje no tiene nada que ver con la abolición de la ley, o con su cambio.
 
Analiza apenas las ministraciones.

 

La Naturaleza del Pecado

 

 “El pecado no tendrá dominio sobre vosotros; porque no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”. Rom. 6:14.

 Existen pocas palabras más reconfortantes que estas en la Biblia, y también pocas que hayan sido más mal entendidas. Para tener toda la fuerza de estas palabras en su correcto sentido, consideremos el contexto.

 “Por consiguiente, no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal, para obedecer a sus malos deseos. Ni tampoco ofrezcáis más vuestros miembros como armas al servicio del pecado, sino ofreceos a Dios, como quienes han vuelto de la muerte a la vida; y ofreced vuestros miembros a Dios por instrumentos de justicia. Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros, pues no estáis bajo la Ley, sino bajo la gracia. Pues, ¿qué? ¿Pecaremos porque no estamos bajo la Ley, sino bajo la gracia? ¡De ninguna manera! ¿No sabéis que al ofreceros a alguien para obedecerle, sois siervos de aquel a quien obedecéis, o del pecado para muerte, o de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que aunque fuisteis esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquel modelo de enseñanza al cual estáis entregados; y liberados del pecado, habéis llegado a ser siervos de la justicia”. Rom. 6:12-18.
 
“El pecado no tendrá dominio sobre vosotros”. ¡Bendita promesa! Que cada cristiano le agradezca a Dios por estas palabras, y que su pleno significado cale profundamente en la conciencia de todos.
 
En todo el idioma inglés no hay una palabra más fea que “pecado”. Su mención trae recuerdos dolorosos, tristes, que a menudo quebrantan el corazón. El pecado es la causa de todo el sufrimiento que hay, que ha habido, o que habrá. No hay ninguna tristeza o una lágrima, ni un dolor de corazón o una angustia, en que el pecado no esté cerca y sea su causa. No respeta a las personas. Ataca y arruina a todos por igual. Nadie está libre de él. Afecta no solamente a los que ataca. A través de él trae tristeza y vergüenza a todos los queridos. No tiene virtud redentora. Es malo y solamente malo.

 

Dios Sufre

 

 Uno de los extraños efectos del pecado es que el inocente sufre con el culpable. ¡Cuántas madres hay que han sufrido debido a sus hijos descarriados! ¡Cuántas esposas e hijos hay que han sufrido debido a la delincuencia de un esposo y padre! Solamente la eternidad revelará el caos que el pecado ha traído, y la injusticia que ha causado.

 Nadie ha sufrido más que Dios debido al pecado, y nadie ha pagado un precio más alto debido a él. Una mirada a la cruz del Calvario convence a cualquiera de que el inocente sufre con el culpable, y que nadie ha sufrido más que Dios. Así es la naturaleza del pecado. Si fuese de otra manera, no sería pecado.
 
¿Cómo nos podríamos imaginar que el pecado afectaría a los santos en el cielo? ¿O que podría afectar a Dios? Y sin embargo eso es lo que ha hecho. El pecado hizo con que el Hijo de Dios bajase del cielo, para vivir y morir entre los hombres. Lo colgó en una cruz, traspasó Sus manos y pies con crueles clavos, y quebró Su corazón.
La agonía de aquellas espantosas horas es un símbolo de la agonía que ha pasado por el corazón de Dios debido al pecado. En el Calvario se nos dio un destello de esta suprema tristeza, y entonces el velo fue retirado. Pero suficiente fue revelado. Sabemos lo que el pecado hará; sabemos lo que el pecado ha hecho. Si se lo permitiese, el pecado haría con que Cristo nuevamente fuese sacado de Su trono, Sus espaldas serían laceradas con el látigo, se le pondría una corona en Su frente, se le escupiría en la cara, y entonces sería clavado en la cruz. Eso fue lo que le hizo al Hijo de Dios, y su naturaleza no ha cambiado. El pecado es siempre el mismo. Qué cosa más maravillosa será que el pecado no exista más.

 Podríamos suponer que un monstruo como el pecado siempre aparecería en una forma repulsiva y prohibitiva. Sin embargo, este no es el caso. El pecado, a menudo, es atractivo, y aun es bonito y fascinante. A veces es una buena compañía, está bien vestido, es inteligente, vivas, y altamente artístico. A menudo es bien cultural, exhibe buen gusto, es amante de la música, y se delicia con las horas sociales. Se codea con obispos y hombres de estado y con los grandes de la tierra, pero al mismo tiempo está en la casa, en el cuchitril y en el burdel. Generalmente es recibido con placer, y raramente es rechazado. Es un favorito ampliamente aceptado.
 
Esto, sin embargo, es verdadero solamente al comienzo de su familiarización. Luego cambia su actitud. Mientras una vez era congraciado y agradable, después se vuelve repugnante. Donde una vez prevalecía la belleza, el placer, la cultura, se vuelve espantoso, doloroso, y de gruesa vulgaridad. Se fueron su atractividad y su encanto físico. La repulsión y la grosería han tomado su lugar.

 Vamos a la sala de bailes: elasticidad, cuerpos oscilantes en un movimiento rítmico. Lindos efectos de luces; música encantadora; conversación vivas. Hombres jóvenes atléticos y encantadoras niñas, una cita perfecta, un poco más de lo que el corazón pudiera desear. El tiempo pasa rápidamente. Es un lindo atardecer. Todo es como un sueño.
 
¿Quién puede imaginar que esto es el comienzo de aquello que viene después? ¿Quién puede imaginar que esto es el comienzo de una pena, vergüenza, degradación y sufrimiento? Todo parece ser tan inocente, tan encantador. Pero vamos ahora a otro lugar.
 
Estamos en un hospital. Hay una niña, la cual un par de años antes, era joven, alegre, brillante. Ahora ella es loca maniática. Allí está aquel joven prometedor, que era tan fuerte, hábil y ambicioso. Ahora se está consumiendo con una enfermedad aborrecible. A medida que miramos a nuestro alrededor, vemos hombres y mujeres que una vez pensaron que apenas un trago no les haría daño, que una caída en una indulgencia ilegal no tendría resultados indeseables. Ellos aprendieron muy tarde que la paga del pecado es muerte, muy a menudo, una muerte persistente y horrible, mostrándonos que no debemos jugar con fuego. Ellos encontraron, tal como todos encontrarán, que el fin del pecado es muy diferente de sus comienzos, y que las consecuencias de la transgresión son seguras y certeras. Ellos han aprendido que la única seguridad de no llegar a un fin así, es no comenzar.
 
¿Qué puede ser hecho con el pecado? ¿No hay esperanza, ayuda? ¿Tiene todo lo que está sujeto a él que ser destruido? ¿Tiene que reinar el pecado para siempre tanto en el mundo como en nuestros cuerpos mortales? ¿Estamos todos condenados a una miseria sin esperanza y a una eterna destrucción? No, gracias al Señor. El pecado no tiene por qué tener dominio sobre nosotros. Porque no estamos bajo la ley, sino que bajo la gracia.

 Separados de Cristo no hay esperanza para la raza humana. Los hombres han batallado contra el pecado en sus propias fuerzas durante milenios, pero el pecado ha salido victorioso. No hay ayuda para el pecado de ninguna fuente humana. Hay ayuda y esperanza solamente en Dios. Gracias a Dios que el pecado será finalmente eliminado, que el pecado no reinará en nuestros cuerpos mortales. La victoria sobre el mal, total y completamente, va a ser nuestra.

 

No Bajo la Ley

 

 “No estáis bajo la ley, sino que bajo la gracia”. La promesa de que el pecado no tendrá dominio sobre nosotros es reconfortante, pero la declaración de que no estamos bajo la ley sino que bajo la gracia, es mal entendido por muchos. Por algún extraño mecanismo de la mente, existen aquellos que piensan que esta declaración los libera del cumplimiento de los deberes morales que la ley impone. Ellos creen que el texto les permite aprobar la parte de la ley que ellos aprueban, y despreciar la parte que ellos no aprueban. En vista de esta situación, podemos preguntar: ¿Cuál es el significado de la frase, “bajo la ley”? Ilustrémoslo.

 Un hombre ha cometido una seria ofensa. Él huye de la escena del crimen y trata de esconderse de la ley que ha quebrado. Él está bajo su condenación, tiembla cuando se le acerca un oficial de la ley, teme ser reconocido, rehuye la luz del día, y se siente inseguro aun en la oscuridad; en general él lleva una existencia infeliz. Estas condiciones finalmente se le hacen insoportables, y él se entrega voluntariamente; o, como sucede más a menudo, la ley lo atrapa, y él es colocado en prisión. Él no solamente está bajo la condenación de la ley, sino que está en su custodia. Su libertad ha llegado a un fin; no se puede mover más libremente; está en una celda esperando el veredicto. Él está bajo la ley.
 
Este es el primero significado de estar bajo la ley. Posee dos aspectos, como será visto. El primero es el de estar bajo la condenación de la ley debido a la transgresión. El segundo es el de estar realmente en custodia de la ley y privado de la libertad. La experiencia enfatiza el punto de que la libertad está muy aliada a la obediencia, y que la inscripción que podemos ver en muchas cortes, “Obediencia a la Ley es Libertad”, es más que una frase cliché. Es la más solemne e importante verdad.

 Un hombre que está así bajo la ley puede ser legalmente libertado de dos maneras: él puede cumplir su sentencia, al término de la cual él será nuevamente un hombre libre; o puede recibir un perdón oficial o ejecutivo. Ser libertado bajo fianza, o ser libertado condicionalmente, es apenas una libertad temporaria y condicional y no la vamos a considera en este análisis.
 
Si aplicamos estos dos caminos a un pecador para que gane la libertad ante Dios por haber quebrado Su ley, reconocemos inmediatamente que no hay ninguna manera en que un pecador pueda cumplir su sentencia y pueda continuar vivo, porque el salario del pecado es muerte. El único camino, por lo tanto, por el cual podemos ser libertados, es el ser perdonados. Este perdón Dios se lo da libremente a todos aquellos que se lo piden con fe, y que cumplen las condiciones sobre las cuales el perdón es garantizado.
 
Estas condiciones pueden ser brevemente resumidas así: 1) tristeza por el pecado; 2) confesión, incluyendo la restitución donde esto sea posible y necesario; 3) sincero arrepentimiento, incluyendo una determinación de “anda, y no peques más”; 4) reconocimiento público de Cristo. El cumplimiento de estas condiciones de ninguna manera hace con que el hombre sea “merecedor” del perdón. Solo hace posible que Dios extienda Su misericordia sobre él. “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y para limpiarnos de toda injusticia”. 1 Juan 1:9.
Este texto registra la promesa de Dios de perdón y limpieza, y también anuncia la condición sobre la cual es hecha.
 
Estas consideraciones nos llevan a la conclusión de que estar “bajo la ley” significa estar bajo su condenación y en su custodia, que esta condición es traída debido a la transgresión, y que la única manera por la cual un pecador puede ser libertado, es a través de la gracia de Dios. Esta gracia es otorgada libremente a todos aquellos que acepten las condiciones para ser completa y totalmente perdonados.

El Perdón y la Ley

 

 El criminal está bajo la condenación de la ley de Dios; el ciudadano bueno no. Pero ambos, bueno y malo, están bajo la jurisdicción de la ley. El criminal se enfada bajo tal jurisdicción y se siente bajo continua restricción; el buen ciudadano no siente ningún constreñimiento. Él está bien consciente de que existe una ley, pero él no siente ningún dese4o de transgredirla. Uno odia la ley; el otro la ama, porque él sabe que es su protector y amigo, y que puede apelar a ella en caso de necesidad. uno mira la ley como un enemigo que lo amenaza de quitarle su libertad; el otro la mira como a un amigo que lo protegerá y lo guiará, y sin la cual ni la vida ni la propiedad están seguras.
 
El hombre que ha transgredido la ley civil, ha sido colocado en la cárcel, y después ha sido graciosamente perdonado, por lo cual no solo debiera estar profundamente agradecido a aquellos que lo perdonaron, sino que debiera mostrar su agradecimiento siendo escrupulosamente cuidadoso en su conducta, de tal manera que nunca más venga a caer bajo la condenación de la ley. Él debiera considerar que la ley que lo condenó también lo perdonó, y que la ley en realidad es su amigo. Esto puede requerir una elucidación.
 
Un gobernador tiene el derecho de perdonar solamente si la ley ha hecho una provisión específica para ello. No puede perdonar indiscriminadamente, sino que solamente tal como lo prescribe la ley. No puede libertar ciertos prisioneros apenas porque le gustaría hacer eso. Los puede libertar solamente si la ley le permite hacer eso.

 La ley, sin embargo, no perdona compulsoriamente. Ella no dice que el gobernador tiene que perdonar, sino que dice que puede perdonar. Esto remueve toda posibilidad de que el hombre alguna vez merezca el perdón. En realidad, el perdón normalmente se basa en el buen comportamiento, pero el buen comportamiento no lo hace merecedor del perdón. Todo lo que él hace es crear condiciones que hagan posible el perdón. Esta distinción es vital, y hace el perdón de Dios, y su base, más entendible.

 Un cristiano es un pecador perdonado. Es el colmo de la tontería y de la ingratitud que alguien “hable mal de la ley” (en la Reina Valera dice “murmura de la ley”) (Santiago 4:11), o la mantenga en contención. Una conducta así reacciona sobre el cristiano, si es que se le puede llamar así, y levanta una duda en relación a su elegibilidad para ser perdonado.
 
Es extraño decirlo, pero existen los así llamados cristianos que hacen exactamente esto. Todo lo que podemos hacer por ellos es orar con Cristo, “Padre, perdónalos; porque no saben lo que hacen”, y esperar que sus ojos puedan ser abiertos hacia las cosas maravillosas de Dios al perdonar sus pecados. Podemos pensar en que no hay mayor ingratitud que aquella de un hombre que ha estado “bajo la ley” y ha sido perdonado, y que siente en la libertad de violar nuevamente la misma ley por cuya transgresión ha sido justamente perdonado. Eso hace con que la gracia de Dios sea de ningún efecto para él. Es justamente esto lo que Pablo temía, cuando, en el verso que sigue, donde él se refiere a no estar bajo la ley sino bajo la gracia, él exclama: “¿Luego podemos pecar, porque no estamos bajo la ley, sino que bajo la gracia? No lo permita Dios”. Esto le parece tan irracional, que en horror y en protesta él usa la misma expresión enfática en Rom. 3:31, “No lo permita Dios”. Rom. 6:15.
 
Algunos han razonado que si el pecado le dio a Dios una oportunidad para manifestar Su gracia, entonces sería mejor pecar, de tal manera que Dios pudiera tener una oportunidad de administrar Su gracia. Pablo dice lo mismo: “¿Qué diremos entonces? ¿Continuaremos en pecado, para que la gracia abunde? No lo permita Dios. ¿Cómo podríamos nosotros, que estamos muertos para el pecado, continuar viviendo en él?”. Rom. 6:1-2.
 
El criminal perdonado está bajo la doble obligación de guardar la ley: primero, la obligación normal de cualquier ciudadano de colocar su influencia al lado de la ley y del orden; y segundo, la obligación añadida debido a la misericordia extendida hasta él a través del perdón. Por ninguna otra razón, a no ser por pura gratitud, él está bajo la más solemne obligación de no ofender más.
 
El pecador perdonado está bajo la misma obligación. Si, después de haber sido perdonado, él aun persiste en la transgresión, él peca no solamente contra la ley, sino que contra el amor, la misericordia y la gracia. Él fue perdonado bajo la condición de “anda y no peques más”. Interpretando este versículo, dice, “no transgredas más la ley”, porque el “pecado es la transgresión de la ley”. 1 Juan 3:4. Un hombre en realidad puede fallar y pecar aun después de su conversión. Pero él tiene que asegurarse de que esta transgresión no sea a sabiendas, hecha a “mano alzada”, y tiene que hacer inmediatamente su pedido de misericordia. Un pecador perdonado que se jacta de no estar bajo la ley, queriendo decir con esto de que no está bajo la obligación de guardarla, está cercano a la blasfemia. Para él la gracia de Dios ha sido otorgada en vano.
 
El verdadero cristiano no está bajo la condenación de la ley, aun cuando esté bajo su jurisdicción. Habiéndosele perdonado su transgresión a través de la abundante gracia de Dios, él no anda menospreciando la ley, llamándola de yugo de esclavitud. Él la ama. Para él ella es santa, justa y buena. Él toma la misma posición que Cristo tomó en relación a la ley. Él no la destruye ni la quiebra. Él la guarda. “Yo he guardado los mandamientos de Mí Padre, y permanezco en Su amor”. Juan 15:10. 

 



 
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